Manifiesto por la RSE
Potenciar los valores de la responsabilidad social empresarial constituye un objetivo imprescindible para la recuperación económica, la generación de confianza y la creación de valor. El autor reflexiona sobre el papel de la RSE en ese contexto
En tiempos de incertidumbre, cuando el futuro ya parece gastado y la incapacidad decisoria de muchos dirigentes resulta patente, numerosos ciudadanos siguen buscando certezas que les ayuden a vivir, que les comprometan a conseguir un mundo mejor para todos los que creen que es posible sentar las bases del porvenir desde planteamientos antropocéntricos, donde las personas y los valores ocupen el lugar protagonista que nunca debieron perder. De poco sirve tener sociedades ricas (?) y democráticas si en su actuar las élites políticas y económicas no muestran, y demuestran, decencia y respeto hacia sus conciudadanos. Como escribe Jeffrey Sachs (El precio de la civilización, 2012), estamos dejando el civismo en el camino y "si no restauramos los valores de la responsabilidad social, no puede haber ninguna recuperación económica significativa y sostenible".
No se trata de inventar la verdad, ni de mentir; tratamos de poner en común y ofrecer a la sociedad aquellas ideas que pueden servir a la voluntad general y que nos hacen parte indivisible de un todo. Por eso, y porque la experiencia coral ofrece muchas satisfacciones, he pedido a 19 personas que se conviertan en coautores de este nuevo manifiesto por la responsabilidad social de la empresa. Todos, 15 mujeres y 4 hombres, han dedicado este último año a incrementar su formación; todos, 10 españoles y 9 iberoamericanos, integrantes de la V promoción, han conseguido con brillantez su máster en RS por la Universidad de Alcalá de Henares, y todos se han esforzado para contribuir, desde el trabajo y la honradez intelectual, a este empeño. Lo que sigue es, sin dogmatismos, solo una humilde reflexión que quiere servir de ayuda para agitar y revitalizar las agotadas fuerzas del espíritu. La responsabilidad social es, hoy más que nunca, el futuro.
Primero. Hoy parece probado que las organizaciones que implantan políticas de RS encuentran nuevas oportunidades de negocio y se benefician de sus ventajas. Frente a los que todavía se preguntan si la RS es solo imagen y cosmética, las empresas que de forma creciente han incluido políticas y prácticas de RS en el núcleo de su gestión hablan de valor añadido y cosechan los frutos de una inversión con bajo coste, además de mejorar notoriamente su cuenta de resultados. Los ciudadanos que apuestan por un mundo con valores y por cambiar las condiciones de su entorno necesitan encontrar respuestas fiables en aquellas empresas que, desde el compromiso solidario, saben que la RS no es solo una nueva forma de gestionar las organizaciones. Como se ha dicho, es una forma de concebir la función social de la empresa en la nueva sociedad.
Segunda. En este cambio de época, las empresas siguen teniendo la oportunidad y la obligación de tomar decisiones que, a pesar de la crisis, generen valor. Las políticas de RSE deben ser un motor que impulse a las organizaciones a consagrar el trabajo digno y ser más competitivas, a mitigar riesgos, a mejorar su reputación y el clima organizacional, contribuyendo al desarrollo del entorno en el que operan. La realidad inestable y volátil, la errónea y obstinada consideración de que lo financiero es un fin en sí mismo, muchas veces obliga (¿) a las empresas a tomar decisiones drásticas, que no generan valor alguno y no se entienden por los ciudadanos. La implantación de políticas de RS es una oportunidad para que se reformulen estrategias y no se discuta la inversión en promover y adoptar criterios responsables que procuren un desarrollo económico, social y ambiental más sostenible. Ni las empresas ni la sociedad pueden dejar que la desigualdad se instale en su seno.
Tercera. Cuando se necesita recuperar la confianza en las organizaciones y la transparencia se exige con fuerza por la ciudadanía, las políticas públicas deberían hacer posible que la RSE avance un paso más. La indiscutible importancia de las empresas en la vida social y económica, su propia imagen de marca país, aconseja que los Gobiernos establezcan un marco regulatorio que, sin poner en peligro la discutida voluntariedad de la RSE, persiga dos objetivos claros: velar por la sostenibilidad y dictar normas de referencia que fomenten e impulsen la RSE y, al tiempo, produzcan un efecto multiplicador en la sociedad. Y, aunque necesite un fuerte impulso, que deben protagonizar las partes que lo integran, el español Consejo Estatal de Responsabilidad Social aparece como un modelo y un ejemplo exportable de lo que debería ser un foro de discusión, debate y promoción de políticas (públicas o privadas) de RS, y como marco de referencia para la lucha contra la corrupción, el fomento de las buenas prácticas, la gobernanza y el compromiso socialmente responsable.
Cuarto. En un mundo interconectado y global, la empresa no es un ente autosuficiente; al tiempo que crea valor, necesita de otras instituciones para sobrevivir. Las fronteras de la gestión empresarial son cada vez más complejas y, al mismo tiempo, más difusas y más flexibles; y las relaciones con los stakeholders cada vez más interdependientes. La opinión pública y los ciudadanos, a modo de un nuevo contrato social, demandan compromisos visibles para cubrir los vacíos que dejan las diferentes Administraciones. Será necesario un gran esfuerzo colectivo, pero las organizaciones responsables deben ser capaces de dialogar con sus grupos de interés, involucrándolos en su fines y procurando así un clima de creatividad e innovación social que fomente la competitividad y haga diferente y mejor a cada organización. Las empresas, como las personas, también deben buscar la perfección.
Quinto. La ciudadanía se agita en una transición de su propia conciencia: o se afianza una sociedad egocéntrica o nos convertimos en una sociedad solidaria y sostenible. Y en este debate cobra protagonismo la RSE como firme respuesta a los retos de la globalización, en un escenario donde tiene singular relevancia el por qué y para qué hacemos las cosas: para que lo social deje de ser un asunto de otros y lo asumamos como propio; para que nuestros hijos puedan disfrutar libremente del entorno y el medio ambiente sea una preocupación común; para que el capital no se vuelva impaciente, y para que esfuerzo, trabajo y decencia se instalen en nuestro quehacer diario.
Porque, en definitiva, el valor de las empresas, de las instituciones, de las Administraciones públicas y de la ciudadanía se medirá en el futuro por el interés general que supone la búsqueda de la felicidad, uno de los principios fundadores de la moderna democracia. Lo mejor de nosotros esta todavía por construir.
Juan José Almagro. Doctor en ciencias del Trabajo. Abogado