Enésima vuelta de tuerca bancaria
Segunda reforma del Gobierno. Fracasada la anterior, que no dejó de ser una cosmética de ajustes y reajustes contables, y no cauterizada la herida, ahora hay que ir de una vez por todas a la fuente del problema. Cirugía de precisión o parche cada vez más grande. Pero las opciones, si son erróneas, traerán gravísimas consecuencias.
La semana arrancó con la dimisión de Rodrigo Rato y continuó con la nacionalización y con el pulso entre el Ministerio de Economía y el poder fáctico y no tan fáctico bancario. Resultado, reforma sobre una base clara, la provisión del ladrillo. La novedad, la anticipación, la prevención antes del contagio total. Provisionando lo inmobiliario pero eufemísticamente sano. Lo tóxico ya va hacia el tan denostado banco malo o, ahora, llamadas sociedades de liquidación. De una previsión genérica del 7% se pasa a un 52 %. No hay término medio. Si se hace es porque se tiene que hacer. Disipar miedos, minimizar incertidumbres, aplacar la voracidad de los mercados. También se provisionan e incrementan los ratios en las promociones en curso y las ya ejecutadas.
Se deslinda y desbroza el préstamo con garantía, entre reales y personales. Sin garantía no hay crédito, pero en este momento ninguna mejor garantía que una real, sea inmobiliaria o mobiliaria, prendas de créditos, acciones, valores, futuros, etc., habida cuenta el colapso también de las ejecuciones inmobiliarias. Las garantías personales -fianzas, avales, primeros requerimientos, cauciones, cartas de patrocinio- incrementan su coste de provisionamiento. Aversión al riesgo, descuento anticipado de insolvencias, incumplimientos, ejecuciones. Todo bajo la lupa. Absolutamente todo.
Pero la pregunta es clara, a saber: ¿cómo afrontarán todos y cada uno de las entes bancarios estas provisiones en el ínterin temporal de un mes? Se anticipa que, exigiéndose una provisión en solitario de cada entidad que ha de afrontarla por sí mismo, cuentas, resultados, márgenes, coeficientes, pero sobre todo, el core capital, puede verse seriamente afectado, cuando no en peligro (8% y 10% exigible en función de bancos o de cajas). La puerta hacia las pérdidas se abre procelosa y anchamente.
La duda, pese a las palabras del ministro, es que sí habrá aportación pública en este saneamiento por mucho que ahora se nos diga que todo será devuelto. Lo veremos, solo es cuestión de tiempo. Sin ayuda pública el sector no puede. No podrá. Y no volverá a ser lo que era o tal vez nunca debió ser. Cómo se articulen esas ayudas públicas es una decisión que puede arrastrar presupuestos y déficit para los próximos años. Silencio ministerial, ni en las acciones ni en bonos ni en dividendos, tampoco en plazos de vencimiento. Silencio deliberado. Y se estrecha ya el margen de maniobra. Círculo cerrado.
Hasta hace unos días se insistía en que el sector financiero se reestructuraría sin recurrir a ayudas públicas, pero después de tres años de reestructuración oscilante, indecisa, cambiante y timorata, la realidad es que hoy estamos como estamos, a medias, sin saber muy bien hacia dónde van las entidades de crédito. La consigna desde Moncloa es clara, pero sin levantar ruido, segregar activos, el ladrillo. Es la misma idea recurrente y martilleante, pero cambiando el nombre. Es el banco malo. Pero se rehúye de la denominación. Una palabra mágica acompañada de un desiderátum, desconsolidación de activos inmobiliarios a través de su venta.
Se dice que aquí está el epicentro que lastra a las entidades y que no permite prestar crédito, financiar, reactivar la principal función de la actividad bancaria y crediticia. Hace tiempo que las entidades han propuesto esta segregación de activos que las amenazan, las lastran, las minusvaloran contablemente, máxime ante los ratios de recapitalización que Bruselas exige e impone. Como en todo, la atonía del Gobierno, la improvisación, el cambio de criterio o bandazo, legal o gubernativo, ha sido la nota común y característica de toda la reestructuración de las entidades financieras. ¿Quién debe pagar el coste de esa limpieza de balances?, ¿quién está pagando el precio de la reestructuración en realidad y quién no asume sus responsabilidades en gestiones falaces, erróneas, dañosas e inmunes a todo viso de exigencia y depuración de las mismas? Los activos expuestos a ese riesgo y de dudosísimo cobro son de vértigo. Las provisiones no eran suficientes y el mensaje hacia fuera, tímido, esquivo. Hoy se exigen umbrales ignotos y desconocidos. Hoy se exige también la cauterización del riesgo tóxico a través de entidades de liquidación que aliviarán sin duda los balances, pero ¿cómo y hasta dónde se dotaría a ese banco malo para robustecer una mínima liquidez?
Mas, ¿empezará a partir de ahora a fluir el crédito? Pero sobre todo, ¿empezaremos a sembrar credibilidad en un sistema y sector financiero que presumía de ser eficiente, seguro, solvente y dar lecciones, aun en la soberbia, a otros? El coste es alto. Provisiones de vértigo, ayudas públicas en su caso a un 10% de interés, asunción de los costes de saneamiento por las propias entidades, que repercutirán en parte a sus clientes a través de comisiones y márgenes o spread, mas, ¿irá a la cuarta la vencida, la cuarta reforma?
ABEL VEIGA COPO. Profesor de Derecho Mercantil de Icade