España no tiene margen pero la UE, sí
Se ha reabierto, y con razón, el debate sobre las políticas de austeridad aplicadas en toda Europa para combatir la crisis. La nueva recesión en ciernes -que ayer se confirmó de manera oficial en España- asevera que la receta aplicada puede ejercer graves daños colaterales económicos. Y la radicalización del electorado en países como Francia hacia posturas euroescépticas o eurofóbicas revela que las consecuencias en el terreno político no son menos graves. Por eso parece lógico revisar la estrategia y corregir los defectos o excesos que se puedan haber cometido. Por lo pronto, un evidente error de diagnosis, al achacar todos los males de la zona euro única y exclusivamente a un problema de indisciplina fiscal. Y lo segundo, un exceso en el tratamiento, al acometer en toda la UE al mismo tiempo un acelerado proceso de consolidación presupuestaria.
El resultado de tan tremenda sangría está a la vista: las principales economías del continente rozan o se hunden en la recesión; las cifras de déficit se deterioran como consecuencia de la falta de crecimiento, y el capital huye de la zona euro, en particular de los mercados más vulnerables, como el español. La situación resulta tan preocupante que el clamor a favor de un cambio de rumbo no se oye solo en los países en dificultades, sino en casi todo el planeta. Desde el Fondo Monetario Internacional a la Organización Internacional del Trabajo, desde Washington a Pekín, Gobiernos e instituciones supranacionales alertan sobre el riesgo de que Europa se quede atrapada en una peligrosa espiral de austeridad y recesión.
Bruselas, pero sobre todo Berlín y Fráncfort, donde está la sede del BCE, deben atender la señal de alarma internacional. Y reconocer que hay margen para estimular el crecimiento en algunas partes de la eurozona, para compensar el ejercicio de contención presupuestaria del resto. Alemania, que el año pasado recortó el déficit en 75.000 millones de euros y se propone seguir este año apretándose el cinturón, parece el país adecuado para liderar políticas de inversión e incentivo al consumo. La nueva orientación podría completarse con las palancas del presupuesto de la UE y del Banco Europeo de Inversión.
Solo así podrán seguir su esfuerzo titánico de reequilibrio países como España. Porque parece claro que nuestro país no dispone de margen para alejarse ni un ápice de los objetivos de contención del gasto previstos en su Programa de Estabilidad, al menos, mientras no convenza a los mercados de la sostenibilidad de sus finanzas. En esa dirección apuntan las reformas acometidas por el Gobierno. Pero la agenda reformista necesita el apoyo del resto del continente para fructificar. Tras las elecciones francesas del próximo domingo, Europa debería empezar a concretar, y de forma urgente, esa solidaridad.