Emigración cualificada
La preocupación por la pérdida de talentos va en aumento. El autor interviene en el debate para asegurar que la emigración cualificada es una de las pocas cosas buenas que esta crisis nos puede aportar.
Fuga de cerebros". Cada día es más frecuente oír de voces, algunas muy cualificadas, su preocupación sobre la pérdida de talento como una de las consecuencias nefastas de esta crisis, larga y dura, que estamos atravesando. Y utilizo a conciencia el verbo atravesar y no otros como pasar, porque este implicaría un fin cercano que no percibo. Nada apunta a que se esté trabajando, internacionalmente, en las medidas adecuadas para mejorar las condiciones objetivas necesarias para acelerar el cambio de ciclo.
Pero, dejando a un lado la reflexión sobre la falta de empuje para salir de la crisis, tengo que decir que no comparto ese creciente temor por la fuga de talento, sino que más bien defiendo justo lo contrario. España ha padecido históricamente un problema de muy baja disposición a la movilidad física. Solo la dureza de determinadas situaciones económicas ha motivado la necesidad de emigrar. Emigración desgraciadamente hasta hoy no cualificada, pero que sin duda permitió resolver la situación económica de muchas familias y además acelerar el levantamiento de la economía española a través de la remesa de divisas. Muchos de los emigrados, o sus descendientes, terminaron volviendo a España y los que no lo hicieron han contribuido a facilitar el entendimiento y el aprecio entre los países.
Esta falta de movilidad histórica nos ha alejado, o mejor, no nos ha acercado, a los países más avanzados como deberíamos haber intentado. Solo hemos avanzado en el mundo universitario, donde becas, como las Erasmus, han hecho más por la integración y el entendimiento de Europa que la mayor parte de las instituciones y, por otra parte, una proliferación (frente a la escasez en mis tiempos) de becas específicas para estudios de posgrado ha permitido a muchos de nosotros estudiar en las mejores universidades del mundo. En mi opinión, el que se esté produciendo una emigración de talento a través de personas altamente cualificadas, forzada por la falta de oferta de trabajo cualificado dentro de nuestras fronteras, es una de las pocas cosas buenas que esta crisis nos puede aportar. Además, es la segunda vez en la historia, tras el periodo estelar español del descubrimiento de América, en que nuestra emigración es cualificada. Posiblemente, el mejor ejemplo de esta pequeña diáspora es la de los jóvenes arquitectos españoles a China. Y no hablo de una realidad desconocida. Insistí mucho en que uno de mis hijos, arquitecto, máster por la Universidad de Columbia y con cuatro años de experiencia en una de las grandes firmas de arquitectura de Nueva York, aceptara una oferta laboral en Pekín, donde creo que se va a producir gran parte del progreso arquitectónico de este siglo. Sin ir más lejos, acabamos de conocer que el Pritzker 2012 ha sido concedido al arquitecto chino Wang Shu. Finalmente, razones personales impidieron a mi hijo ir, pero una buena parte de sus compañeros están allí trabajando, con sus familias, formándose y entendiendo a un pueblo que sin duda va a jugar un papel muy importante. La mayor parte de ellos volverán, sin duda, intelectualmente enriquecidos y personalmente más formados para contribuir desde una mejor situación al desarrollo de España. Algunos, los menos, se quedarán y nos ayudarán a mejorar las relaciones entre ambos pueblos y a contribuir al conocimiento mutuo. Mi otro hijo, gemelo del arquitecto, lleva 12 años en México trabajando en un fondo de capital riesgo, salvo un periodo de dos años que pasó en el MIT cursando un MBA. Es otro de los que volverán a España en cuanto la situación económica del país lo permita. No tiene ninguna duda sobre su deseo de regresar.
Debo una parte importante de mi formación y mi estancia en el MIT (Massachusetts Institute of Technology) a un gran proyecto: el Instituto Tecnológico de Postgraduados, que se forjó en España a mediados de los setenta con el objetivo de sentar las bases de un gran instituto de tecnología al estilo del MIT. Para ello, seleccionaron y enviaron a realizar estudios de posgrado allí a unas 50 personas, entre las que tuve la suerte de encontrarme. Desgraciadamente, por razones que no vienen al caso, el Instituto no vio la luz, pero en el proceso nos ayudaron a formarnos a 50 personas, casi todos volvimos a España. Es un orgullo para mí decir que todos hemos contribuido al desarrollo de nuestro país, muchos de nosotros desde posiciones empresariales o administrativas importantes, varios trabajamos en multinacionales y, por tanto, hemos pasado tiempo acumulado experiencia en varios países y hemos continuado nuestro proceso de formación y entendimiento tanto tecnológico y empresarial como de las relaciones entre países. Algunos, pocos, se quedaron y desarrollaron sus carreras profesionales en EE UU, pero también ellos fueron un gran soporte a España y ayudaron a abrir puertas al otro lado del Atlántico.
En esta línea, en Andalucía se lanzó en 2007 el proyecto más ambicioso de formación de posgrado en las mejores universidades del mundo. El planteamiento inicial era un centenar de becas anuales, pero en la convocatoria vigente ya son 300. El esquema del programa consistía en una beca que se transformaba en un préstamo a devolver si la persona no se reincorporaba en un plazo de dos años a labores que contribuyeran a mejorar el valor añadido en Andalucía, bien en la empresa privada o en la Administración. La preocupación de muchos era si se estaban formando profesionales para quedarse en el extranjero, pero la realidad es que casi todos han vuelto.
El hecho de que nuestros titulados estén emigrando y estén siendo aceptados por empresas e instituciones de primer nivel en los países más competitivos del mundo, como Alemania, Francia, Reino Unido, EE UU, China, etc., nos debe hacer sentir muy orgullosos de nuestro talento como pueblo, que sin duda ha aumentado mucho en las últimas décadas. Estoy convencido que demostrarán su valía, porque, a pesar de las leyendas negras, somos muy trabajadores y estamos razonablemente bien formados. Quedando ellos en buen lugar, dejarán también bien a España como país y facilitarán el que muchos otros sigan su camino. Casi todos volverán, cuando la ocasión sea propicia, aportando a nuestro desarrollo toda su experiencia, cultura y formación internacional. Los que se queden también nos ayudarán y confío en que, de esta forma, forzados por la situación actual, seamos capaces de institucionalizar este proceso y podamos exportar conocimiento, lo que será trascendente para posicionarnos en otro nivel como país.
Joaquín Moya-Angeler. Presidente de la conferencia de los Consejos Sociales de las Universidades Españolas