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Tribuna
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El mito del fracaso de Japón

Durante la crisis global se ha resaltado en numerosas ocasiones el fracaso de Japón durante la década de los noventa. En este sentido, Japón ha sido frecuentemente presentado como un ejemplo a evitar ya que las políticas de respuesta a esa crisis llevaron a una década perdida y a un aumento masivo de la deuda. Cuando la burbuja estallo a principios de los noventa, las finanzas públicas estaban en superávit y la deuda pública alcanzaba un magro 20% del PIB. En la actualidad el país tiene un creciente déficit y su deuda ha alcanzado el 233,1% del PIB, la más alta entre los países desarrollados.

¿Cómo se ha podido llegar a esa cifra tan escalofriante? Contrariamente a lo que sostienen los defensores a ultranza de la austeridad, el aumento de la deuda no fue debido a un crecimiento masivo del gasto público. Si bien es cierto que se implementaron políticas keynesianas de estímulo al inicio de la crisis que contribuyeron a que el crecimiento económico fue moderadamente positivo en la primera mitad de la década perdida, estas terminaron en gran medida en 1997 con el fin de reducir la deuda y el déficit.

Fue precisamente la decisión del Gobierno nipón de aumentar los impuestos al consumo en 1998 para atajar el deterioro de las cuentas públicas lo que paralizo la recuperación y llevó a una intensificación de la crisis fiscal. Si hay una lección importante de Japón que muchos observadores insisten en ignorar es que una de las razones principales del deterioro fiscal ha sido no tanto el aumento del gasto, sino la disminución de las rentas fiscales causadas por la crisis.

En realidad, el gasto público como porcentaje del PIB se mantiene actualmente al nivel de principio de los ochenta, pero la base imponible ha caído un 5% desde 1989, pese que se aumentaron los impuestos. El aumento de los impuestos ha llevado a menores ingresos, lo cual prueba, una vez más, que no es posible salir de una recesión solo a base de austeridad y sin crecimiento.

Pese a su deuda masiva, Japón ha sido capaz de evitar el tipo de crisis que en la actualidad azota a países europeos como el nuestro. La razón es sencilla: pese a la crisis, los niveles de desempleo se han mantenido muy bajos (en la actualidad al 4,6%), y además Japón tiene un mercado doméstico de compradores y tenedores de bonos que de forma sistemática han financiado las necesidades crediticias del país: un 95% de los bonos del tesoro han sido financiados domésticamente, y solo un 5% por extranjeros. Pese a todo, el primer ministro ha anunciado recientemente su intención de doblar el impuesto a ventas (actualmente está al 5%) antes del 2015 para reducir la deuda del país.

Al mismo tiempo, hay que enfatizar que pese a la imagen de Japón como un país que ha fracasado, en muchísimas áreas ha tenido un rendimiento más que sobresaliente: las expectativas de vida han aumentado entre 1989 y 2009 de 78,8 años a 83; 38 de las ciudades del país están entre las 50 del mundo que tienen acceso más rápido a internet; el valor del yen ha aumentado desde 1989 un 87% frente al dólar y un 94% frente a la libra; el desempleo está al 4,6%, menos de la mitad que la media en la UE; desde 1989 el PIB ajustado per cápita ha aumentado un 1%, poco más bajo que la media en EE UU o Europa; de acuerdo con la Guía Michelin, 16 de los mejores restaurantes del mundo están en Tokio (París solo tiene 10), y pese a la creciente competencia de sus vecinos asiáticos, el superávit en la balanza de cuenta corriente se ha triplicado desde 1989 (actualmente es de 196.000 millones de dólares).

Con estos datos es difícil hablar de una década perdida. Al contrario, muestra que en muchos aspectos Japón no debe de ser considerado como un fracaso, sino como un modelo a seguir. Los japoneses nos han demostrado, una vez más, que cuando se aúnan esfuerzos y se rema en la misma dirección un país puede sobreponerse a las circunstancias más adversas. Esta es una importante lección para nuestros países que están cada vez más divididos y polarizados.

Sebastián Royo. Catedrático de Ciencia PolíticA en la Universidad de Suffolk en Boston, Estados Unidos

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