_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Necesitamos empresas, pero tamaño XXL

Llevamos tanto tiempo con la atención puesta en los problemas macro generados por la crisis de los últimos años que parece que hayamos olvidado que la productividad es el principal factor que determina el crecimiento económico y la mejora del bienestar en el largo plazo. Volver a la prosperidad y abandonar unos niveles de desempleo más propios del África subsahariana requerirá de la mejora de nuestro tejido empresarial. Y, puestos a fijarnos en los muchos problemas de nuestras empresas, quizá deberíamos empezar a preocuparnos más por su tamaño.

A nadie sorprenderá saber que en 2009 -último año para el que el Banco Mundial ha publicado datos- la tasa de creación de nuevas empresas en España fue tan solo una tercera parte de la de Reino Unido. O la mitad de la de Dinamarca. Resulta más sorprendente saber que la tasa española fue aproximadamente un 15% superior a la de Alemania. Los datos de demografía empresarial europea publicados por Eurostat para 2009 también ofrecen algún dato interesante. Por ejemplo, en España existían en aquel año alrededor de un millón de empresas más que en Alemania. Pero las empresas alemanas empleaban a alrededor de ocho millones de personas más. Esto quiere decir que una empresa media en España da empleo a menos de la mitad de personas que una radicada en Alemania. De acuerdo a los últimos datos publicados por el INE, el 96% de las empresas que nacieron o murieron en España en 2009 tenía menos de cuatro empleados. Según el Center for Economic and Policy Research, Grecia, Italia, Portugal y España lideraban los países de la OCDE en términos de autoempleo en 2007. Buena compañía.

España se encuentra entre los países de la OCDE donde un mayor porcentaje de la población ocupada trabaja para empresas pequeñas o minúsculas. Esto nos hace diferentes no solo de Alemania, sino también de EE UU, Suecia o Dinamarca. Somos un país de microempresas. Esta circunstancia, lejos de ser motivo de celebración, es un enorme pasivo de nuestra economía. Algunas de las razones las recordaba un reciente informe, The Golden Growth, del Banco Mundial.

Una economía sustentada en microempresas, como la española, sufre de numerosos efectos secundarios. Empresas tan pequeñas como las que conforman nuestro paisaje empresarial ofrecen un empleo menos cualificado, peor pagado y de menor calidad que las de mayor tamaño. El empleo que ofrecen es, además, menos resiliente; son capaces de generarlo cuando las vacas están rollizas, pero lo destruyen con gran intensidad cuando las cosas se ponen feas. De acuerdo al Banco Mundial, la mitad de todos los empleos generados por microempresas europeas en el periodo 2000-2008 habían desaparecido solo dos años después. Cabe pensar que ese dato es notablemente peor en el caso de la economía española. La productividad de las microempresas es, además, muy inferior a las de las empresas de mayor tamaño. Consecuencia de las economías de escala y de alcance. Según el Banco Mundial, el empleado de una gran empresa genera el mismo valor añadido que dos de una de menos de 10 empleados. Dado su peso sobre el total de la economía de nuestro país, no parece demasiado aventurado afirmar que el tamaño de nuestras compañías explica buena parte de la brecha de productividad entre la economía española y otras más avanzadas. Tampoco en términos de intensidad en I+D, capacidad exportadora o calidad en la gestión la comparación entre pequeñas y grandes es favorable a las primeras. Más bien al contrario.

Por supuesto, lo anterior no debe entenderse en ningún caso como una crítica a las pequeñas empresas de nuestro país. Simplemente pretende poner de manifiesto que quizá, por nuestro propio bien, deberíamos tratar de buscar fórmulas para que las empresas que hoy son pequeñas tengan los medios de convertirse en grandes. Por ejemplo, ideando fórmulas que posibilitaran la concentración en sectores atomizados. O teniendo presente que cuando lidiar con la Administración tiene un coste elevado, cuando las regulaciones están mal diseñadas e implantadas, los empresarios prefieren continuar siendo pequeños. O quizá podríamos revisar aquellas reglas del juego que dificultan el tamaño y hacen que ser pequeño signifique menos supervisión y más incentivos para formar parte de la economía semiinformal. Y, sobre todo, deberíamos empezar por caer en la cuenta de que, parafraseando a James Surowiecki, lo pequeño es hermoso. Pero lo grande es próspero.

Ramón Pueyo Viñuales. Economista

Más información

Salarios ajustados a la realidad

Jacobo Martínez Pérez de Espinosa

Archivado En

_
_