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Tribuna
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Draghi: viejos retos, nuevos desafíos

No puede desconocerse que Jean-Claude Trichet, hasta ahora presidente del Banco Central Europeo, ocupó un papel central en el entramado institucional de la Unión Europea. Anclado en el corazón o nervio mismo de la Unión, propulsar, expandir, robustecer y conservar la moneda única ha sido un desafío y reto colosal. El banco de la moneda única es el principal arquitrabe del Eurosistema. Pero nunca como hasta ahora el edificio de la moneda había visto erosionar sus pilares de un modo tan claro como a la vez indirecto. Prevenir un funcionamiento de los mercados financieros óptimo, incluso normal, es la asignatura pendiente y que transmite y lega a partir del 1 de noviembre al italiano Mario Draghi, hasta ahora gobernador del Banco de Italia.

Pecaríamos de miopía si recondujésemos el papel medular del banco central a la moneda, a la revisión, no pocas veces rígida y prudente en exceso, de los tipos de interés, en los últimos años siempre muy reacios a cualquier modulación de los mismos, a los fondos de estabilidad. Fija las grandes líneas de la política económica y monetaria, realiza operaciones de cambio, promueve el funcionamiento de los sistemas de pago. El banco central juega además un papel importante en la supervisión del mapa bancario y crediticio europeo, pero no esencial, al quedar supeditado al Eurogrupo y últimamente a lo que Alemania imponga ante la debilidad de sus socios y la imposición del fondo de rescate que relega al banco central.

Acompáñense estas funciones de los dictados normativos comunitarios sobre normas y exigencias de solvencia y los reglamentos de Basilea. De ello pueden dar buena fe nuestras entidades de crédito, tanto las que han dejado de ser cajas de ahorros para abrazarse en un tipo bancario y de futuro en algunos casos, como las propias entidades bancarias a quienes se les exigen nuevos umbrales y márgenes de capital, que evidencian dificultades de liquidez, solvencia, morosidad, etc.

La autoridad y la férrea disciplina impulsada por Trichet han marcado sin duda el devenir inmediato y quizás próximo del BCE durante estos años. Un devenir que no ha estado exento los últimos meses de ciertos escándalos y de algunas dimisiones de pesos pesados en su estructura de poder y decisión.

Los embates de la crisis económica, pero sobre todo financiera, la tardía y timorata respuesta, así como una acción más decidida, más enérgica y ágil han lastrado la imagen, en cierto sentido ultraconservadora y neutral, de la institución los últimos años. Su decisión de lanzarse a comprar deuda soberana, sobre todo de los países periféricos, especialmente los mediterráneos, pero también irlandesa e incluso francesa, han, tal vez, aplazado las consecuencias más graves y onerosas a la larga del exceso de gasto, de derroche y despilfarro, de falta de rigor presupuestario y de una contabilidad pública eficiente y cierta. El banco ha empleado miles de millones de euros comprando una deuda atacada por sus cuatro costados y que lleva en sí misma el germen de una volatilidad reconducida a la nada y riesgo excesivo. Ha evitado frenar y cortar en seco primas de riesgo por país que amenazaban con llevar a estos, entre ellos el nuestro y sobre todo el transalpino, a una bancarrota generalizada, como es el caso heleno, donde la quita ya es de la mitad.

¿Sabrá afrontar Draghi los inmensos desafíos, retos, debilidades e incertidumbres que siguen ciñéndose, y lo seguirán haciendo en los próximos meses, sobre la moneda única, la eurozona y el sistema bancario? Ya ha anunciado que toda medida no convencional será temporal. El objetivo es garantizar la estabilidad, evitar la volatilidad de los precios y anclar la inflación, que lo logre a corto y medio plazo será un auténtico y hercúleo reto. Sus primeras declaraciones la pasada semana convulsa entre miedos y desconfianzas hacia Italia, la creación de un billonario fondo de rescate y estabilidad sin saber muy bien cómo y cuándo dotarlo, han marcado una huella de no neutralidad que ha distinguido si cabe últimamente al presidente Trichet. Draghi ya ha señalado que se seguirá comprando deuda soberana periférica, en un claro guiño a España, pero sobre todo a Italia.

Aun con la oposición germana, al menos de cara a la galería, sí tiene el apoyo no disimulado de París. Apostar a comprar deuda soberana para evitar el contagio del sistema es una apuesta arriesgada. Nadie sabe si el nuevo presidente intentará un cierto cambio en la política monetaria o no. Al menos respirará tranquilo durante unas semanas ante el acuerdo logrado in extremis la noche del jueves pasado en Bruselas. Encarrilada algo más la deuda griega con una quita forzosa, detenida la hemorragia de la crisis de la prima de riesgo y las Bolsas subiendo, al menos la llegada a la poltrona presidencial del nuevo responsable será menos virulenta que lo que a priori se antojaba como incierto y en medio de una vorágine de incógnitas e incertidumbres que han puesto a la eurozona y los mercados contra las cuerdas, arrastrando con ello al banco central. Su desafío es saber simplemente si tendrá o no que salvar y rescatar al propio euro.

Abel Veiga Copo. Profesor de Derecho Mercantil de Icade

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