El reconciliador
El veterano banquero que recuperó la confianza de Japón en Citigroup asume ahora el reto de reconciliar a Standard & Poor's con EE UU tras rebajarle el rating desde la triple A
Parece que McGraw-Hill no pudo escoger a un hombre mejor para apaciguar las críticas contra la actuación de su agencia de calificación de crédito. Douglas Peterson es un hombre con experiencia en recuperar la confianza de árbitros molestos y con la humildad suficiente para reconocer públicamente que la empresa que representa ha incurrido en un error. En octubre de 2004 no tuvo problema en inclinar la cabeza ante las autoridades japonesas en señal de arrepentimiento por las fallos cometidos por Citibank en el país. Esa sensibilidad podría volver a resultarle muy útil el próximo 12 de septiembre, cuando asuma el cargo de presidente de Standard & Poor's (S&P), la primera agencia que se ha atrevido a rebajar el rating de la deuda estadounidense.
Peterson heredará de su antecesor en el puesto, el indio Deven Sharma, varios frentes de investigación abiertos por los reguladores de Estados Unidos sobre las prácticas de la agencia, la ira de la casi totalidad de la clase política estadounidense, con el presidente Barack Obama a la cabeza, y, por si fuera poco, el descontento de un grupo de accionistas de la sociedad matriz. Nada que no pueda llevar a buen puerto este veterano banquero de 53 años, conocido por su carácter afable, meticulosidad y transparencia.
Peterson estudió matemáticas e historia en la universidad Claremont McKenna College de California, en la que se graduó en 1980. Tras desempeñarse como analista de la petrolera Chevron, en San Francisco, realizó una máster en finanzas internacionales y administración en Wharton, la prestigiosa escuela de negocios de la Universidad de Pensilvania. En 1985, al poco tiempo de terminar el posgrado, inició su carrera en Citigroup. Su conocimiento del español -probablemente aprendió a hablarlo en Bogotá, donde cursó un año de sus estudios de grado- debió pesar para que el banco lo trasladara a su filial de Buenos Aires, donde conoció a su esposa, que es argentina. Seis años después fue ascendido a director de operaciones en Costa Rica, donde estuvo a cargo de la apertura del primer banco extranjero en el país. Esta tarea le obligó a empaparse en la compleja normativa bancaria de una economía emergente. Su relación con reguladores continuó en Uruguay, donde a mediados de los noventa, como director de operaciones de la filial, colaboró con funcionarios en la reforma del sistema de pensiones.
Pero el desafío más grande de su carrera llegó en 2004, cuando tras casi cuatro años como jefe de auditores del grupo en Nueva York, fue enviado como presidente ejecutivo a Tokio. Ese año, las autoridades japonesas acusaron de una serie de irregularidades a la unidad de banca privada de Citibank, que atiende a los clientes con patrimonios más altos. De acuerdo con los supervisores, el banco no impidió el lavado de dinero y ofreció préstamos a clientes implicados en casos de evasión de impuestos, además de cobrar comisiones excesivas a sus clientes.
El supervisor ordenó el cierre de la unidad y Peterson debió esmerarse para limpiar la imagen del grupo. "Doug se reunió con los reguladores y fue muy sincero con ellos sobre cuáles eran los problemas y cómo iba a solucionarlos", recordaba esta semana Ajay Banga, ex director de operaciones de Citi en Asia-Pacífico y ahora presidente de Mastercard, en declaraciones a WSJ. Celebraba reuniones periódicas con los supervisores para seguir el avance de las medidas y, en vez de delegar el asunto en sus subordinados, él mismo se acercaba con frecuencia a la Agencia de Servicios Financieros. Superado el trance, reconstruyó las operaciones de la filial con la compra por 8.000 millones de euros de Nikko Cordial, el bróker más grande del país. Los siguientes años estuvieron marcados por el fuerte crecimiento del negocio, tendencia que se interrumpió de golpe en 2008. El estallido de la crisis financiera internacional obligó al ejecutivo a cambiar la marcha y reducir el tamaño de la unidad para ayudar al grupo a devolver los millonarios fondos de rescate que había recibido del Tesoro de EE UU.
En enero de 2010 volvió a Nueva York, donde ejercía como jefe de operaciones cuando esta semana se anunció que dejaría Citi para dirigir S&P. Allí tendrá el reto de aplacar las críticas que tanto legisladores demócratas como republicanos han lanzado contra la agencia por quitar la triple A a la deuda de EE UU, con error de cálculo incluido -nada menos que 2 billones de dólares-, según advirtió después el Tesoro. Lo que indigna a los estadounidenses es que la misma agencia que falló en advertir del peligro que se incubaba en los bonos basura que terminaron provocando la peor crisis internacional en medio siglo, se haya atrevido ahora a cuestionar la solvencia de su economía en un momento delicado para sus finanzas públicas. Peterson deberá lidiar con este sentimiento ante el Senado, la Comisión del Mercado de Valores estadounidense (SEC) y el Departamento de Justicia, todos los cuales han abierto investigaciones sobre los modelos seguidos por la agencia en su toma de decisiones. Además, deberá decidir si apoya la propuesta del fondo de pensiones de los maestros de Ontario y un hedge fund, que en conjunto tienen más del 5% de las acciones de McGraw-Hill, de dividir el grupo en cuatro empresas diferentes para evitar que los problemas de S&P lastren el negocio de las otras unidades.