_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Consecuencias de la indecisión

Me gustaría saber si la gente es realmente consciente de la situación en la que estamos. O aún peor, lo difícil que va a ser salir de ella. El problema no es que, como se había previsto inicialmente, no hayamos vuelto ya a cierto nivel de normalidad. Tampoco que la inestabilidad o la incertidumbre económica se hayan convertido en un virus que ataca diariamente. No es por causa del esperado crecimiento que por el momento no va a llegar. Es simple y llanamente porque no sabemos qué es lo que nos espera a la vuelta de la esquina. Lo que intuimos es que no será nada bueno. Hoy somos más pobres que ayer, no hay perspectivas de crecimiento o creación de empleo, hay una gran posibilidad de entrar en una segunda gran contracción y nos han convertido en adictos oficiales a financiarnos con dinero que, o no es nuestro o no existe.

Por eso, buena suerte a los que siguen investigando en el comportamiento de los mercados la solución de los problemas. Cuando un político está convencido de que "generar confianza" es su principal responsabilidad, es que no sabe lo que tiene delante y, en consecuencia, estamos perdidos. Desgraciadamente esto se está convirtiendo en la regla, no la excepción, y el margen de maniobra se cierra a un ritmo alarmante. Nos mantenemos sujetos a una dinámica perversa por la cual los mercados castigan la indecisión política y los ciudadanos pagan. ¿Qué se puede hacer?.

Antes de nada es fundamental entender y asumir la realidad. Entender supone ser mucho más realista con los resultados que pueden producir el control del déficit y las reformas estructurales si seguimos sin saber qué se puede esperar del marco económico sobre el que opera el euro. Asumir la realidad implica reconocer que tanto la gestión política de la crisis en Europa como la receta única de austeridad han sido ineficaces. La combinación de falta de determinación, solidaridad mal entendida y recortes permanentes no solo no han solucionado los problemas sino que están envenenando las relaciones entre los estados miembros.

Tras esto es necesario dejar de "poner parches". Mi opinión es bien clara: ni la UE en su conjunto ni sus miembros podrán salir con garantías de la crisis si no existe la voluntad inequívoca - al menos en la zona euro - de caminar hacia un gobierno económico europeo, que proyecte confianza sobre la economía europea y realmente la dote de relevancia para defender sus intereses durante las próximas décadas. Si dicha voluntad no existe, como parece ser el caso, hay que considerar con mucha más prudencia los beneficios de adoptar nuevos instrumentos y medidas a nivel europeo. En concreto, hay que tener un enorme cuidado en recurrir a más dinero de los contribuyentes de otros estados socios si no se producen resultados visibles, ya que estamos caminando hacia una crisis institucional de consecuencias mayúsculas. La urgencia de este debate debe ser entendido no por la presión de los mercados, sino porque los españoles no pueden aguantar más y a partir de este momento nada va a mejorar con medidas fragmentadas, como se está demostrando desde hace más de un año.

¿Hay voluntad de avanzar en la zona euro hacia una mayor integración económica y fiscal? Si es así, mejor para todos. En ese marco sí es deseable y necesario promover con la mayor contundencia posible tanto la austeridad como las reformas estructurales en países como España e Italia, la emisión de eurobonos o una ampliación de los recursos del Fondo Europeo de Estabilidad Financiero (FEEF). Pero si no lo es, no hay que tener miedo a plantear un escenario diferente y, especialmente, explicárselo bien a los ciudadanos. La prioridad debe ser fortalecer el euro, no salir de él, pero dadas las circunstancias ese escenario tampoco se debe descartar.

Desafortunadamente la solución ya no es solo económica, sino principalmente política. Y eso es lo más preocupante. Primero porque la UE sigue sin encontrar una narrativa propia con la que afrontar el futuro. Segundo porque independientemente de lo cualificados que puedan estar algunos de nuestros diplomáticos o altos funcionarios, da la sensación de que la clase política española sigue sin tener una idea bien definida de qué quiere de la UE. Este es el momento de tomar la iniciativa. A nadie le interesa una ruptura del euro y la pelota podría estar en nuestro campo. La cuestión es si tenemos las ideas y la capacidad para jugar un buen partido.

Carlos Buhigas Schubert. Analista político y especialista en asuntos europeos

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_