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Columna
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La tranquilidad de Trichet

El Banco Central Europeo decidió ayer lo previsto: ningún movimiento en tipos de interés, mantenimiento de la liquidez a la banca europea en los plazos más cortos y alargamiento hasta los seis meses. De hecho, este fue, junto a las nuevas compras de deuda irlandesa y portuguesa, el único guiño a la inquietud reinante en el sur.

Del acuerdo del BCE ni de las respuestas a las cuestiones de la prensa en la rueda de prensa de Trichet no se dedujo ninguna excepcionalidad. Crisis, ¿qué crisis? Trichet parecía el premier James Callahan, retornando de Guadalupe en enero de 1979, antes del estallido de uno de episodios británicos socialmente más duros (el winter of discontent).

Pero la tranquilidad de Trichet no es la única entre los líderes europeos. Un vistazo a la prensa francesa y alemana muestra una marcada dualidad entre sus preocupaciones y las nuestras. De sus titulares nada permite extraer que algo grave sucede en Italia o España. Y lo mismo puede afirmarse de las principales televisiones internacionales. A lo sumo, alguna referencia menor, mucho más atrás que noticias locales o internacionales. Nada por parte de Angela Merkel. Nada por la de Nicolas Sarkozy. Nada procedente de la Europa con triple A: Holanda, Austria, Finlandia,…

¿A qué responde tanta frialdad? Quizás a que la partida que se está jugando en el tablero de la deuda del sur va más allá que una creciente desconfianza sobre nuestras finanzas. Porque, hombre, hablemos en serio. ¿Alguien cree, de verdad, que la situación de España es, hoy, peor que en mayo de 2010?

Entonces, veníamos del annus horríbilis de 2009, con un déficit público por encima del 11% del PIB, habíamos presentado un paquete de medidas de ajuste a Bruselas en las que nadie creía, la propuesta de déficit, que no se pensaba seriamente se pudiera alcanzar, era de un 9% del PIB, y las medidas de reforma a adoptar, simplemente, no existían. Como ayer mismo reconocía un editorial del Financial Times, España está ya en la senda correcta e, incluso, pensar que por alcanzar el límite del 7% de coste de la deuda, el país ha de ser intervenido es, simplemente, pensamiento mágico, como afirmaba el editorialista.

Si no va directamente con nosotros, ¿de qué va esta película? Desde mi punto de vista, va de lo mismo que ha ido desde que la canciller Angela Merkel decidió hacer pública, en octubre del pasado año, la posición alemana sobre el fondo permanente de estabilidad, que ha de sustituir al actual a partir de 2013.

En esa nueva visión germana, cualquier rescate ha de integrar al sector privado. Léase: los inversores privados deben cargar con parte del coste de la ayuda, junto a los contribuyentes de los países de la eurozona. Fue esta declaración la que desencadenó la crisis de Irlanda; ha sido esta inflexible posición la que está tras el salvamento de Portugal y es su mantenimiento la que explica lo que nos está pasando estos días, justamente cuando la pasada semana se arbitraron medidas de salvamento de Grecia.

Los mercados, los definan como quieran, temen que el acuerdo sobre el que la contribución privada se circunscribe a Grecia no se va a cumplir. Y si no les parezco convincente, echen una mirada al Wall Street Journal.

Y tienen razones poderosas para pensarlo. Las opiniones públicas de Alemania, Holanda, Austria y Finlandia y, probablemente, también las de Francia, no están dispuestas a continuar aportando fondos para el salvamento del sur.

El acuerdo sobre Grecia fue lo máximo que Alemania podía ceder. Y la verdad es que cedió bastante: el Fondo de Estabilidad actual puede intervenir en los mercados o prestar a países con dificultades, algo que era anatema no hace muchos meses. Dicho en román paladino: los contribuyentes centroeuropeos van a ir acumulando deuda, en manos del Fondo o del BCE, asumiendo una parte creciente del ajuste de quien tenga problemas.

La línea roja que trazó Alemania en el salvamento de Grecia define, hoy por hoy, lo máximo que aquella está dispuesto a conceder. Por ello, no ha de sorprender el silencio centroeuropeo. Que se calmen los mercados, piensan desde allá. Y, probablemente, no les falta razón.

Josep Oliver Alonso. Catedrático de Economía Aplicada (UAB)

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