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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La otra amenaza del rescate griego

Los mercados recibieron el viernes con un unánime suspiro de alivio el principio de acuerdo alcanzado entre el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y la canciller alemana, Angela Merkel, sobre las condiciones que marcarán el segundo plan de rescate de Grecia. Tras una semana de tensiones y descensos generalizados en los índices europeos, presa de un justificado nerviosismo ante la aparente imposibilidad de que se llegue a un pronto acuerdo, el anuncio de un nuevo pacto francoalemán produjo un inmediato rebote en las Bolsas europeas, entre ellas la española, que ganó un 2,18% y cerró la semana por encima de los 10.000 puntos.

El acuerdo entre París y Berlín -que despeja el camino para la liberación a principios de julio de otros 12.000 millones de euros con destino a Atenas- supone, en principio, una victoria de la tesis defendida por el Banco Central Europeo (BCE) y por la mayor parte de los ministros de Economía de la zona euro, partidarios de la reestructuración suave de la deuda helénica. A falta de que se discutan y perfilen los detalles de la propuesta, que en su momento habrá que analizar en profundidad, Alemania parece haber renunciado al planteamiento que ha defendido hasta ahora de forma numantina -obligar a los tenedores particulares de deuda griega a asumir un porcentaje de las pérdidas- y ha aceptado la idea de que los bancos participen de forma voluntaria en el rescate. Ello no significa otra cosa que invitar a las entidades financieras a comprar nuevos bonos helénicos en el momento en que venzan los que tienen en cartera. El acuerdo alcanzado en Berlín descarta también la posibilidad, anunciada el jueves, de retrasar el rescate hasta septiembre y apunta a la reunión del Eurogrupo del próximo 11 de julio como el momento elegido para cerrar definitivamente el pacto y tratar de tapiar -al menos hasta 2015- el profundo boquete abierto por Grecia en la estabilidad financiera de la zona euro.

A pesar del optimismo con que los inversores han recibido la noticia de esta entente cordiale entre Merkel y Sarkozy, el horizonte de Grecia y, por ende, de la crisis de deuda soberana que agita Europa no está ni mucho menos despejado. Una Atenas aún convulsa tras la enésima huelga general recibió el viernes con frialdad el acuerdo Berlín-París. El nuevo ministro griego de Finanzas, Evangelos Venizelos, quien hasta el momento ha estado al frente de la cartera de Defensa en el Gobierno de Yorgos Papandreu, ha confesado abiertamente su resistencia a asumir una tarea cuyas probabilidades de éxito generan muchas y muy razonables dudas ante el clima que existe ahora mismo en el país. Sumergida en su profunda crisis económica y financiera, pero también política y social, Grecia se enfrenta a la necesidad de implantar un ajuste presupuestario que requerirá grandes y profundas dosis de sacrificio. Un esfuerzo cifrado en un recorte de 28.000 millones de euros a realizar en cuatro años y en un proceso de privatizaciones por valor de otros 50.000 millones que ni el Parlamento ni la población griega parecen decididos a apoyar.

Por todo ello, la tarea que tienen ante sí los socios de la zona euro va bastante más allá de acordar los detalles de este segundo rescate financiero griego. Con una opinión pública en el resto de socios europeos cada vez más reacia a seguir soportando el peso de una crisis que parece no tener fin, Bruselas debe vigilar muy de cerca la implantación efectiva del plan de ajuste de Atenas y asegurarse de que esta cumple de una vez con su parte del acuerdo. Un durísimo paquete de medidas, que incluye desde incrementos de impuestos hasta la eliminación de alrededor de 150.000 empleos en la Administración pública antes de 2015, parece presuponer la existencia de un Ejecutivo fuerte y solvente que, lamentablemente, Grecia no posee hoy. A la espera de lo que ocurra la próxima semana con la cuestión de confianza a la que se someterá el Gobierno de Papandreu, el principal problema del que pende el futuro de la economía europea en estos momentos tiene su epicentro, aunque parezca increíble, en la sede de la Acrópolis.

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