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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Trichet se aferra a la ortodoxia

El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, mantiene fielmente su discurso ortodoxo cuando más arrecia la heterodoxia en la crisis de la deuda soberana, rechazando toda veleidad germánica de reestructurar la deuda griega, con la participación solidaria de los inversores privados en lo que sería un reparto de las pérdidas. Y repite el relato no menos ortodoxo en materia de política monetaria ante el riesgo no conjurado de la inflación, que ciertamente está muy alejada del objetivo marcado a principios de año por el BCE. Hasta tal punto ha endurecido la política monetaria Trichet que sus palabras en la conferencia de prensa de ayer en Fráncfort no dejaron ni una sola duda acerca de una nueva subida de los tipos de interés el próximo mes de julio, con lo que se situarán en el 1,5%.

Tras esa hipotética subida, las tasas de interés empiezan a alejarse del mínimo histórico del 1% en el que han estado unos cuantos años. Pero no puede considerarse que no sigan en unos valores desconocidamente bajos para la gran mayoría de los países que integran hoy la Unión Monetaria. No podrá, por tanto, atribuirse al BCE un endurecimiento sin retorno de su estrategia monetaria. Sin embargo, como todo en la Unión Europea durante la crisis, la política monetaria también tiene un carácter asimétrico, y mientras viene bien a unos un endurecimiento, no viene tan bien a otros, a los que no han cogido todavía la onda de la recuperación de la actividad.

Ese es el caso de España. Mientras que Alemania, Francia u Holanda pueden encajar sin riesgo alguno la subida del precio del dinero, porque sus crecimientos económicos están prácticamente consolidados, la subida de tipos no es una buena noticia para la economía española, como tampoco lo es para todas aquellas que han sufrido en sus carnes el rescate financiero y están en recesión. En España no ha culminado el ajuste del empleo, que junto con las subidas de impuestos y los ajustes de los salarios han sacrificado la renta disponible hasta el punto de que la demanda nacional sigue restando crecimiento económico. Por ello, una subida de los costes de financiación no puede ser buena para reanimar los proyectos de inversión de las familias o de las empresas, y menos cuando tienen todavía un grado de apalancamiento muy alto.

Pero Trichet mueve la palanca monetaria para toda la zona euro y tiene que defender el valor de una moneda que circula en los bolsillos de 330 millones de ciudadanos. Por tanto, el sacrificio que supone sus esfuerzos de estabilidad debe ser compensado por decisiones fiscales o mercantiles que desaten el crecimiento, al que ha de contribuir también la culminación de la reforma financiera, que pasa inevitablemente por una recapitalización rápida y suficiente de las entidades más débiles.

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