El Banco Central Europeo, a piñón fijo
No ha habido sorpresas: el consejo de gobierno del Banco Central Europeo (BCE) acaba de subir el tipo de interés de referencia de la zona euro a 1,25%. La razón oficial es que el actual reavivamiento de las expectativas de inflación está poniendo en peligro la estabilidad de los precios en la zona euro.
Como se sabe, el objetivo primordial del BCE es una tasa de inflación media muy baja, aproximadamente 2% anual, en el marco de una estrategia monetaria conocida como meta de inflación. La experiencia acumulada en muchos países del mundo indica que este tipo de estrategias propicia un marco macroeconómico estable en el corto plazo, a la vez que cimienta las bases de un crecimiento sostenido a medio plazo. Pero tiene un grave defecto cuando debe lidiar con perturbaciones de oferta de signo negativo, como las subidas de precios de la materias primas y de alimentos, que estamos sufriendo desde hace varios trimestres. En esos casos, la lucha contra las presiones inflacionistas manteniendo una meta invariable de inflación reduce el crecimiento económico y aumenta el desempleo.
La explicación está en que la mencionada perturbación de oferta crea nuevos valores de equilibrio macroeconómico en los que la inflación es más elevada y la tasa de crecimiento del PIB es más reducida. Así, por ejemplo, cálculos recientes del Servicio de Estudios de la OCDE indican que, en caso de que el tipo de interés no hubiese variado y que el precio del petróleo quedara anclado en 115 dólares por barril, en 2012 la tasa de inflación media de los países de la zona euro aumentaría 0,8%, incluyendo tanto los incrementos de primera como de segunda ronda, y el crecimiento económico se reduciría 0,5%. Las estimaciones que hace el Servicio de Estudios del propio BCE (véase su Boletín Mensual de agosto 2010) son del mismo orden de magnitud. Si eso es así, el salto de seis décimas que han dado las expectativas de inflación el pasado mes de febrero revelaría que los agentes económicos realizan previsiones de inflación razonables, y que están prestos a actuar de acuerdo con ellas. Por lo tanto, si el BCE reprime ese desenlace con subidas escalonadas del tipo de interés (muchos analistas piensan que podríamos llegar al 2% al final de 2011), el crecimiento económico se resentirá más que el medio punto porcentual previsto por la OCDE y por el Servicio de Estudios del BCE.
Estos inconvenientes pueden ser una minucia en los países de la eurozona que gozan de crecimientos vigorosos apoyados en la fortaleza de su sector exterior, por ejemplo, Alemania. Pero en el caso de la economía española, debatiéndose por salir de la recesión y con una tasa de paro récord, la subida de tipos será un duro golpe de desgracia, digan lo que digan los representantes del Gobierno español. Obsérvese, además, que el aumento del precio del crédito juega a favor de la revalorización del euro (ya lo estamos notando), una traba más para los países de la zona que buscan en el sector exportador su resorte salvador.
Entonces, ¿por qué las nuevas expectativas de inflación alarman tanto a los dirigentes del BCE, y por qué estos se afanan por reprimirlas a toda costa? Sencillamente porque están atados a su estrategia, y la aplican rígidamente en todo momento y bajo cualquier circunstancia. No veo justificado que el BCE actúe con piñón fijo, sin tener en cuenta el origen o las causas de la inflación. Cuando los determinantes son veleidades consumistas y/o excesos de optimismo de familias y empresas, los rebrotes de inflación son nocivos y deben combatirse, pero cuando obedecen a incrementos de los precios de las materias primas, las autoridades monetarias deberían ser más permisivas. En todo caso, son los gobiernos económicos quienes deben contrarrestar los efectos negativos del aumento del precio del petróleo con acciones por el lado de la oferta. Primero, eliminando las cláusulas de indización salarial y, segundo, reduciendo la dependencia energética de sus países y transformando adecuadamente sus sistemas productivos.
Por consiguiente, sería bueno -al menos en mi opinión- que el BCE flexibilizara su meta de inflación, elevándola por ejemplo hasta el 2,5% o 3%, y se abstuviera de aumentar el tipo de interés en los tiempos que corren, como han hecho los bancos centrales de Reino Unido y de Estados Unidos. Considero que esto no restaría credibilidad a la máxima autoridad monetaria europea, siempre que explicara bien los motivos que le llevan a ese cambio, pues nunca ha estado tan claro que las presiones inflacionistas actuales obedecen fundamentalmente a un shock negativo de oferta.
José García Solanes .Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Murcia