Los contaminantes químicos se enquistan en la cadena alimentaria
El cierre de granjas en Alemania muestra la batalla que se está librando contra las toxinas en la comida.
La clausura este mes de casi 5.000 granjas avícolas y porcinas en Alemania por la contaminación de los piensos con dioxinas es una muestra más de la batalla que libran desde hace años las autoridades nacionales y europeas contra la contaminación química de alimentos.
Si bien el caso alemán es fruto de un fraude -el de la empresa Harles und Jentzsch, que utilizó un producto destinado a la producción de biodiésel para la fabricación de piensos-, los expertos advierten que la presencia de toxinas persiste en la cadena alimentaria. Es, sobre todo, una cuestión de demanda. El modelo de agricultura industrial propicia que los animales reciban sustancias químicas, como antibióticos, para sobrevivir a pequeños espacios donde crecen apiñados. "De lo contrario, se morirían", explica Damia Barceló, miembro del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua y director del Institut Català de Recerca de l'Aigua (ICRA).
El uso de estos químicos exige un exhaustivo control por parte de las autoridades sanitarias, que no siempre se aplica. Precisamente, la Comisión Europea ha propuesto esta semana imponer nuevas exigencias a las industrias del sector de piensos, como la separación entre grasas alimentarias y no comestibles para evitar nuevos casos de contaminación con dioxinas.
La preocupación de los científicos ahora es la aparición de nuevos tóxicos químicos
La proporción de antibióticos destinados al consumo animal obedece a una rígida regulación en la UE, "pero el 5% de la leche que se comercializa no pasaría los controles", añade este experto. El equipo de este científico ha encontrado antibióticos en las aguas residuales, que no terminan de eliminarse tras su depuración. Estas llegan al Ebro, y de ahí a los acuíferos, resultando "muy peligroso porque pueden generar resistencia a algunos antibióticos", añade.
El principal problema de estos contaminantes químicos es que persisten en el organismo. El insecticida DDT, por ejemplo, se prohibió en 1977, pero sigue presente en muchos alimentos. Desde la comunidad científica se reconoce el juego constante que existe entre los investigadores y la industria. Nuevos componentes salen al mercado y, cuando se comprueba que son tóxicos, se retiran. Entonces nuevos compuestos se fabrican. Y así continuamente.
El aumento de consumo de carne en los países industrializados también eleva el riesgo de contaminación por dioxinas. El incremento de la demanda acaba generando desajustes en toda la cadena y un mayor índice de accidentes. Casos no faltan. El último en España se registró en el año 2000, por la contaminación de piensos con serrín de pino. Ese compuesto sirvió de pasto, y acabó en la cadena alimentaria. Algunos científicos defienden un control estricto de los eslabones de la cadena, y otros además recuerdan que, si bien las dioxinas son muy tóxicas, solo afectan tras una exposición prolongada del organismo.
"Las dioxinas pueden generar cáncer, pero para ello la población ha debido estar expuesta durante largo tiempo", explica Esteban Abad, responsable del laboratorio de dioxinas del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua de la agencia estatal de investigación CSIC. El consumo de dioxinas también afecta al hígado, a la piel y genera afecciones más sutiles como la pérdida de fertilidad. Desde las asociaciones agrícolas y ganaderas se insta a informar al consumidor de los procesos de producción y de etiquetaje de los alimentos, para que este pueda elegir con total conocimiento. En realidad, "estamos expuestos a un cóctel de entre 40 y 50 sustancias químicas en la alimentación", añade Damia Barceló.
Un reciente estudio realizado en Estados Unidos ha encontrado restos de bromo en los envoltorios de comida rápida. Para los expertos, los hábitos alimentarios en los núcleos urbanos favorecen la exposición a este tipo de sustancias.
La preocupación ahora es la aparición de nuevos tóxicos, como los compuestos fluorados, que en 2010 entraron en la lista de Contaminantes Orgánicos Persistentes (COPS), un grupo de sustancias químicas prohibidas por varios países, entre ellos España.
El teflón, un material que se utiliza para la fabricación de utensilios de cocina, como las sartenes, figura entre estos componentes tóxicos. Los fluorados se empiezan a asociar al número creciente de problemas de tiroides. También afectan al sistema endocrino. El nonil fenol, un componente que sirve para la fabricación de detergentes, entró en la lista de contaminantes recientemente.
Reproche alemán al ahorro en la compra
Tras el escándalo de la contaminación de huevos, carne de porcino y productos avícolas por dioxinas, la ministra alemana de Agricultura, Ilse Aigner, ha instado a los alemanes a rascarse el bolsillo e invertir más en su alimentación."Creo que algunos pueden pensar un poco más en sus prioridades", explicó la semana pasada durante la inauguración de la feria agraria de Berlín, la mayor del mundo, en referencia al bajo presupuesto de la cesta de la compra de los alemanes. Una encuesta publicada la semana pasada en el diario Bild arrojó que el 47% de los alemanes no está dispuesto a pagar más por su alimentación.Según la organización de protección del consumidor Foodwatch, los alemanes dedican menos del 11% de sus ingresos a la cesta de la compra.
Las cifras
50 son las sustancias químicas en los alimentos a las que está expuesto el consumidor.1977 fue el año de prohibición del DDT.