El imperio olvidado también en la novela
La portada de la última novela de Anne Perry induce a la confusión con una imagen de inequívoco sabor oriental.
Pero, en realidad, se desarrolla en el Imperio Bizantino, cuya iconografía fue más próxima a una mixtura entre el modelo grecorromano y el medieval que al turco que posteriormente dominó la Anatolia y la ciudad de Constantinopla, hoy Estambul.
Es un capítulo más de la escasa fortuna que Bizancio tiene en las librerías españolas, donde apenas pueden encontrarse novelas de corte histórico situadas en el estado más influyente de la Edad Media en su conjunto, y cuya caída fue determinante en la eclosión del Renacimiento.
La principal novela española situada en ese marco, Bizancio, de Ramón J. Sender, lleva años descatalogada, aunque se anuncia una reedición a cargo de Montesinos. Sender narra las aventuras de la compañía catalana de los almogávares que batalló primero para el emperador Andrónico II y luego en su contra.
El conde Belisario, de Robert Graves y Elena, de Evelyn Waugh (ambas en Edhasa) son buenos ejemplos de como los grandes de la literatura anglosajona se han acercado a ese periodo fascinante. Incluso ha llegado hasta este periodo la moda de los detectives históricos con El mosaico de sombras, de Tom Harper (Salamandra).
En cuanto a monografías históricas, de lo publicado en España recientemente destaca la obra de Judith Herrin Bizancio: el imperio que hizo posible la Europa moderna (Debate) y los clásicos textos de Steven Runciman, recuperados por Reino de Redonda.