La necesidad de un plan B
El hecho es la huelga de controladores del pasado diciembre, aunque también es aplicable a la actual situación que vive nuestra economía y muchas de nuestras empresas; sus consecuencias y su resolución límite son producto de no disponer en el momento de la crisis de un plan B, o un plan alternativo que pueda reorientar y corregir las fallas que se estén produciendo. Un plan B siempre debe estar en la mente del directivo, no como una solución límite sino como otra alternativa capaz de solucionar y enfocar nuevamente el problema, porque, aunque no se lo reconozcamos a nuestros colaboradores, cuando algo es susceptible de ir mal, seguro que irá peor.
No creo que pensar que cuando una cosa puede ir mal, seguro que irá peor, sea un pensamiento del que los directivos y personas de empresa debamos huir. Otra cosa es que lo divulguemos y hagamos copartícipes a aquellos que deben creer en su trabajo de forma positiva, sin reparar en las adversidades, pero repito: ¡no nos engañemos! Nuestra acción directiva y de gestión necesita muchas dosis de realismo y de humildad ante el posible error o fracaso. El directivo debe estar preparado para lo peor, y si no es para lo peor, sí debemos tener presente que las cosas no siempre nos tienen que salir a la primera; por eso es tan importante tener siempre un plan B, o una alternativa.
Precisamente en estos tiempos que vivimos, asistimos todos los días a acontecimientos que requieren o han requerido de la aplicación de un plan B, y que sin embargo por no haberse aplicado o haber dejado pasar el tiempo, las consecuencias y los descalabros son mayores. En primer lugar, digamos que un plan B no solo debe ser una corrección, tampoco puede ser una medida improvisada, un cambio o un planteamiento que surge como respuesta a un estímulo negativo o inesperado: una empresa no debe, por ejemplo, parar sus máquinas al comprobar que sus stocks se llenan y su producto no rota. O no debería bajar el precio de sus productos tan solo por comprobar que su competencia ya lo está haciendo, a lo mejor esta última simplemente lo hizo porque bajó la calidad de sus productos y antes que el mercado le posicionara prefirió hacerlo ella misma. O tantos otros ejemplos que podríamos poner, que ello nos lleva a nuestra tesis: la decisiones apresuradas, que no han tenido un mínimo análisis o que son solo fruto de la conveniencia del momento suelen ser malas soluciones, que casi nunca deparan el resultado que estamos buscando.
Por otra parte, tener en el cajón, en el portafolio o simplemente en nuestra cabeza un plan B no es ningún atentado hacia el buen gobierno de una empresa o la excelencia que representemos y que buscamos, más bien al contrario. Tengamos en cuenta que las cosas no tienen por qué salir a la primera, puede que nuestra idea o plan requiera de muchos más planteamientos. Serán muchos los empresarios pequeños o grandes, directivos y gestores los que cada día nos tenemos que enfrentar con cosas que no han salido del todo como teníamos pensado. Es ahí, en esta idea, donde en nuestra mente surge el árbol de decisiones o el esquema del flujo informático que tantas veces hemos dibujado.
Ese es el punto en el cual nuestra capacidad directiva nos debe permitir plantear otra alternativa, otro plan: si los almacenes y los stocks están llenos, a lo mejor es el momento de buscar otros mercados, si nuestra competencia baja los precios, a lo mejor es momento de quedarnos con los clientes que buscaban calidad más que precio, etc. No veamos estos contratiempos como amenazas, veámoslo siempre como una oportunidad para cambiar de rumbo, y todo ello llevándolo a cabo sin que nadie lo note, de forma natural y sin dramatismo, porque el plan B solo, de momento, tiene que estar en la cabeza de quien lo tiene que implantar: solo él tiene que ser quien lo ponga en marcha, haciendo creer a los demás que simplemente fue la consecuencia del devenir de cualquier acontecimiento empresarial para lo cual sí se estaba preparado. La mejor impresión es aquella que hace pensar a quienes nos rodean que todo está bajo control. Este control es lo que genera confianza plena en lo que estamos haciendo y no nos aparta de nuestra misión.
La necesidad del plan B en la resolución del conflicto de los controladores o en la crisis de la deuda española son ejemplos claros de la idoneidad de tener un plan B (o un as en la manga, dicho coloquialmente hablando) y es la ausencia de este plan lo que se pone de manifiesto cuando percibimos improvisación, descoordinación, decisiones dramáticas y malogradas, contradicciones, cambios de rumbos permanentes y justificaciones innecesarios. Es entonces cuando perdemos del todo la confianza en quienes gobiernan, dirigen y toman decisiones.
Por otra parte, quienes lo utilizan o utilizamos, no decimos que lo tenemos, ni que tan siquiera contamos que lo tenemos que elaborar, sino simplemente se va urdiendo y maquinando para que cuando estalle la crisis, la salida pueda ser natural y silenciosa; sin urgencias ni alarmas.
José Luis Matarranz. Profesor de Dirección Comercial de Isead