El empeño de Kazajistán por dinamizar la OSCE
Kazajistán culmina su año de presidencia de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) con la misma ilusión con la que lo comenzaba. Logra que, tras 11 años, se haya celebrado en su capital, Astana, la cumbre de jefes de Estado o de Gobierno, que sucede en el tiempo a la de Estambul de 1999 y que hace la séptima en la historia del proceso surgido en Helsinki en 1975. Sus 56 miembros han estado representados y podemos afirmar que las ambiciones del presidente Nursultán Nazarbayev se han visto satisfechas: una maquinaria tan vasta como es ésta -euroatlántica y euroasiática a la vez- no es ni será una organización como la UE, pero sí puede ser un marco de encuentro político-diplomático, donde los logros alcanzados hasta ahora sean mantenidos e impulsados. La declaración de Astana, arduamente consensuada el 2 de diciembre, insiste en ello.
La OSCE toma las decisiones por consenso y no tiene establecida regla alguna sobre la periodicidad de sus cumbres. Frente a ambas dificultades -poner de acuerdo a 56 miembros y convocar una cumbre en un año tan convulso como el presente para el espacio OSCE (guerra de Afganistán, dificultades en Kirguizistán, ecos de la guerra ruso-georgiana de 2008, desavenencias entre europeos, entre europeos y asiáticos y entre algunos euroasiáticos y EE UU)-, el presidente Nazarbayev y su ministro de Asuntos Exteriores, Kanat Saudabayev, han mostrado su empeño para que, finalmente, el 1 y el 2 de diciembre, la flamante Astana fuera escenario del ansiado encuentro. Tras una década rica en cumbres como fue la de los noventa -París (1990), Helsinki (1992), Budapest (1994, donde la Conferencia se transformó en Organización, pasando de CSCE a OSCE), Lisboa (1996) y Estambul (1999)- las autoridades kazakas han logrado que la primera del siglo XXI se celebre en su suelo.
Al comenzar la presidencia, un ilusionante llamamiento de Nazarbayev trataba de arrancar dosis más fuertes de voluntad política que muchos de los Estados miembros se vienen mostrando reacios a conceder. Debemos destacar la útil evaluación de la situación que el presidente en ejercicio de la OSCE ha hecho para justificar tal llamamiento: en lo más inmediato, aludiendo a los convulsos Afganistán y Kirguizistán, y en lo más lejano, por global, subrayando la necesidad de complementar el eje euroatlántico con el imprescindible euroasiático. La labor kazaka ya venía confirmada con su papel en la convocatoria de la Conferencia sobre Interacción y Medidas de Confianza en Asia.
Que lograr el consenso político entre los Estados no es fácil lo demuestra el denominado Proceso de Corfú, un intento lanzado el 28 de junio de 2009 por la presidencia griega para trabajar en temas de interés común. Se individualizaron, entre otros, la promoción de las libertades fundamentales, el derecho al desarrollo humano integral o el respeto al Derecho Internacional, y sobre ellos trabajaron los ministros de Asuntos Exteriores en una reunión celebrada en la antigua capital kazaka, Almati, el pasado julio. Además, el presidente Nazarbayev anunció que se adoptaría una declaración de Astana que reiterara el compromiso con los principios más emblemáticos de la OSCE pero, finalmente, las diferencias surgidas en torno a cuestiones candentes, como la integridad territorial de Georgia o Moldavia o el conflicto armenio-azerí, se han impuesto durante la cumbre.
Pero estas dificultades políticas no empañan una presidencia que ha logrado actualizar la OSCE a los desafíos y amenazas que han emergido desde la anterior de Estambul, con particular atención al avance del terrorismo yihadista y al estallido de una crisis económica global. Además, la presidencia kazaka ha contribuido a reequilibrar una organización que es fuertemente eurocéntrica -la UE aporta el 70% de su presupuesto- y es bueno tanto que Kazajistán haya sido el primer Estado surgido de la desmembración de la Unión Soviética en ostentar la presidencia como que ésta haya estado durante un año en manos de un gran país que representa como ningún otro la rápida emergencia de su dimensión euroasiática.
Carlos Echeverría Jesús. Profesor de Relaciones Internacionales de la UNED