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Columna
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Proteccionismo contenido

La oposición de Canadá a la oferta hostil de BHP por Potash bien puede ser una reacción miope y políticamente motivada por la defensa contra una empresa extranjera. Pero no debe ser seriamente considerada como una señal del aumento del proteccionismo mundial. Simplemente, habrían tomado la misma decisión. A pesar de las continuas advertencias sobre una amenaza proteccionista, tanto en el mundo desarrollado como en el emergente, una sorprendente lección de los últimos tres años es que no se ha materializado ese proteccionismo.

Es cierto que se han producido conatos gubernamentales que recordaban las peores guerras proteccionistas de la historia: impuestos en EE UU a los neumáticos chinos o la insistencia del Gobierno galo de que las automovilísticas francesas no invirtiesen en plantas extranjeras. Pero poco más.

También es cierto que la actual guerra de divisas puede interpretarse como un proteccionismo encubierto. Los Gobiernos propensos a las trabas siempre pueden encontrar sistemas para frenar el flujo comercial y de inversión. Pero la realidad global es que el proteccionismo es como el perro que nunca ladró, citando al economista de EE UU Dani Rodrik.

Esto puede ser porque los economistas comparten mejor sus ideas o porque los Gobiernos han aprendido la lección y renuevan la cooperación internacional, como en el G-20, ayudando a alejar el proteccionismo.

Lo que no significa que las preocupaciones sean infundadas. Para evitarlo, los Gobiernos deberían mantenerse alerta contra el riesgo de malas intenciones. Tras la fuerte caída de 2009, el comercio mundial debería crecer al 13,5% este año, muy por encima del PIB mundial que lo hará al 3%, según la OMC. La mayoría de los Gobiernos comprenden que la globalización no puede deshacerse por decreto y los consumidores e inversores mundiales deberían estar contentos de esta sabiduría. Solo necesitan que los líderes mundiales continúen preocupados.

Pierre Briançon

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