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Tribuna
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De la guerra monetaria al choque de civilizaciones

La reunión ministerial del G-20 ha dado un paso más en el reconocimiento de los países emergentes en el gobierno económico mundial, pero no ha solucionado la latente guerra monetaria entre EE UU y China, que deberán abordar sus jefes de Estado en noviembre. Sin embargo, la situación política y social de ambas potencias no augura precisamente una salida fácil a un contencioso ya vivido años atrás con Japón y que recuerda más bien al choque de civilizaciones anunciado por visionarios autores superventas.

Las próximas elecciones al Congreso americano obligan a Obama a medir con cautela cualquier movimiento ante China, convertida en blanco fácil del populismo americano. El propio Congreso aprobaba recientemente una polémica ley para penalizar las manipulaciones monetarias, aunque China es ya el principal afectado por medidas antidumping y otros mecanismos de defensa comercial, con casi un 40% de los casos. Con una economía que no despega, el paro en nivel histórico y elecciones a la vista, EE UU necesita gestos de China y mayores exportaciones al gigante asiático.

En China, y a pesar del aparente hermetismo político, la situación también resulta delicada. La concesión del premio Nobel de la Paz ha ampliado la brecha entre el país y el mundo, dificultando cualquier movimiento que pueda interpretarse como cesión al exterior. A pesar del control estatal de los medios de comunicación tradicionales, los blogs de los 400 millones de internautas chinos miden la popularidad de un régimen cuya única legitimidad es el crecimiento económico. Cualquier medida que pudiera ponerlo en peligro, como la apreciación del yuan, exige la máxima cautela.

En 2005, China vinculó el yuan a una cesta de divisas, marcando el inicio de la apertura monetaria. Recientemente se amplió modestamente la banda de fluctuación y en la vecina Hong Kong se autorizaron cuentas corrientes y emisiones de deuda en yuanes. Sin embargo, el ritmo de liberalización monetaria es muy lento, comparado con la apertura comercial sin precedentes tras el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio. Por otro lado, el control del valor del yuan conlleva un peligroso exceso de liquidez en el mercado interior, que obligó la pasada semana a elevar los tipos de interés de referencia por primera vez desde 2007.

El nuevo plan quinquenal, discutido la semana pasada en el seno del Partido Comunista, prevé ampliar las medidas de justicia social de los últimos años, ante la evidencia de un muy desigual crecimiento económico. En este contexto, una apreciación drástica del yuan pondría en peligro millones de empleos, agravando el drama social. En sectores como el textil, los proveedores chinos trabajan con márgenes irrisorios del 2%, mientras el grueso del beneficio lo obtienen sus clientes occidentales. En efecto, China asume las consecuencias políticas de su déficit con EE UU por haberse erigido en la última fase de producción de una compleja cadena de valor, en la que ganan sobre todo los distribuidores finales en EE UU.

Las recientes compras chinas en el exterior, como Volvo, demuestran que un yuan fuerte abarataría estas operaciones y contribuiría a ampliar el control chino de la cadena de valor. Este cambio ocurrió también con Japón a finales de los ochenta, después de que los Acuerdos del Plaza obligaran a apreciar el yen. Sin embargo, el recelo popular en EE UU siguió incluso después del fin de la guerra monetaria cuando los japoneses compraron entonces activos emblemáticos como el Rockefeller Center. De una forma u otra, está claro que las relaciones entre China y EE UU viven un periodo convulso, marcado por la política interna y la pugna por el liderazgo mundial, que difícilmente podrá solventar una cumbre del G-20.

Jacinto Soler Matutes. Socio de Emergia Partners y profesor de la Escuela de Asia de la Universidad Pompeu Fabra

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