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Columna
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El caos del agua en Reino Unido

No hay nada que las compañías de agua del Reino Unido deseen más que vaciar el depósito. Cuanto más viertan, mayor es su base de activos regulados, que determina cuánto se puede obtener de los clientes cautivos por algo de lo que no puede prescindir. La industria ha gastado 85.000 millones de libras de esta manera desde su privatización en 1989. Suena como una inversión perfecta y para algunos lo ha sido. En 2007, la eléctrica alemana RWE, que pasó a ser propiedad de Thames Water, se pagó un dividendo de 535 millones de libras de su beneficio, tras obtener 191 millones de libras de beneficios después de impuestos, reemplazando capital por deuda.

Esto es un ejemplo extremo, pero el resto de la industria se ha comportado igual. Desde cero antes de la privatización, la deuda de la industria llega ahora a 35.000 millones de libras. Un reciente informe de Severn Trent concluye que se demanda otros 96.000 millones para cubrir el gasto hasta 2030. Si esto se financia con préstamos, la deuda como proporción del capital empleado por las compañías se elevará un 80%, un porcentaje muy elevado que pone en peligro el rating del grado de inversión que es una condición para la licencia de explotación.

Las empresas de agua creen que pueden hacer frente al régimen sin un nuevo capital social. Esto generó esta semana una reacción de Neil Woodford. El gestor de fondos de Invesco Perpetual, un inversor de largo plazo en el sector, advirtió que los accionistas no salvarán a las empresas de agua si el regulador impone un régimen muy duro en los precios.

El agua siempre será un capital de uso intensivo. Pero la mayor flexibilidad, sobre todo en la directiva de consumo energético de la UE, reduciría el capital y los costes operativos. La revisión de los precios de 2010 debería ser la última medida generosa.

Neil Collins

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