El doctor Trichet y míster Hyde
La cuestión de por qué el foco de la crisis de confianza sobre la deuda pública se había fijado en Europa tenía dos explicaciones posibles. Por la ausencia de una política fiscal única que evite distorsiones entre los distintos emisores de deuda o por la ausencia de un Banco Central dispuesto a comprar deuda para contener la ira del mercado. En buena lógica, los líderes europeos cerraron ambos flancos en aquel fin de semana en el que España se apretó el cinturón.
El tiempo ha acabado por demostrar la segunda de las hipótesis. Es decir, no es tanto una cuestión de la disciplina fiscal o la falta de ella sino de si hay un banco central detrás. Aceptados los ajustes por los Estados, el BCE -aun habiendo aceptado la recompra de deuda- sigue moviéndose en la esquizofrenia. La decisión del banco de esterilizar el exceso de liquidez derivado de estas operaciones de recompra es una muestra. Desde 2008 el BCE ha provisto de liquidez ilimitada al sistema financiero europeo, en cantidades de varios cientos de miles de millones a un tipo cercano al cero. Sin embargo, se vio en la obligación esterilizar, captando depósitos, la compra 16.000 millones de euros de deuda. Como si esos 16.000 millones fuesen a crear inflación.
Esta señal quizá contente a alguna opinión pública, o a algún miembros del consejo del BCE como Weber, pero para los mercados es una señal de escaso compromiso. Una luz verde. No es de extrañar que, con el paso de los días, la presión se agudice sobre la deuda española o italiana.
El BCE aparenta trazar una línea en la arena que ningún especulador pueda cruzar, pero su doble discurso es una invitación al mercado a seguir los ataques. Y lo peor es que, en este contexto, es cuestión de tiempo que en Grecia alguien se pregunte si merece la pena hacer caso a Fráncfort cuando el apoyo prometido se ha diluido debido a disensiones internas o atávicos miedos inflacionistas.