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Tribuna
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Retos del medio rural

William Wordsworth, poeta romántico inglés nacido en 1770, fue pionero en encontrar en el campo el antídoto para contrarrestar los males de la ciudad. Objeto de burla tras la publicación de sus primeras baladas líricas, tuvo tiempo de ver antes de su muerte, acaecida en 1850, una reivindicación de su filosofía con el inicio de lo que hoy conocemos como turismo rural. La ciudad demonizada por Wordsworth, sin embargo, como ha explicado Fernando Braudel, ha sido históricamente la cuna del desarrollo económico al impulsar el comercio, las finanzas y la industria.

Si bien las categorías rural y urbano son convenciones arbitrarias, es evidente que la actividad económica se ha concentrado en el espacio en casi todos los periodos históricos. Alfred Marshall explicó este proceso como el resultado de las ventajas del medio urbano como mercado de trabajo, lugar de aprovisionamiento para las empresas y espacio favorable a la propagación de ideas. Esta tendencia a la concentración es más intensa cuando existen economías de escala y se reducen los costes de transporte. Estas economías de aglomeración se han visto reforzadas en los últimos tiempos con el descubrimiento de los rendimientos crecientes del conocimiento.

A pesar de la tendencia imparable a la concentración y urbanización a escala global, pocos son los Gobiernos que se han resistido a adoptar medidas para corregir las diferencias de renta y ocupación entre territorios. Con un gran voluntarismo, y bajo políticas denominadas regionales o de cohesión, han empleado ingentes recursos para incorporar a las áreas atrasadas a la senda de las más desarrolladas.

España tiene una larga y triste historia de despoblación, éxodo rural, crisis agrícola secular y asimetrías regionales. Aunque hay entre ellos más de dos siglos, sorprende descubrir en la La lluvia amarilla, sobrecogedora crónica de la muerte de un pueblo recreada por Julio Llamazares, el eco de las quejas del ilustrado Jovellanos sobre las penosas condiciones de vida del mundo rural en la España de finales del XVIII.

Tras la entrada de nuestro país en la actual UE, el campo y las regiones más desfavorecidas han recibido una lluvia de millones, pero esto no ha cambiado el signo de la sangría, que se ha traducido en una caída aproximada de la población agrícola del 50% cada quince años durante las últimas décadas.

La Política Agrícola Común (PAC) cobija en su seno, bajo la denominación de segundo pilar, una política de desarrollo rural constituida por un conjunto amplio de programas orientados a mejorar la competitividad de explotaciones e industrias agroalimentarias, proteger el medio ambiente y la biodiversidad y fomentar la diversificación de las rentas de los habitantes de las zonas rurales (Leader). Aunque se trata de un conjunto de medidas muy heterogéneo, este modelo de política de desarrollo rural es heredero del paradigma agrarista, que ve en la agricultura el motor esencial de desarrollo del medio rural.

Los resultados dispares de este enfoque, unidos a las nuevas orientaciones en materia de desarrollo rural provenientes de influyentes organismos internacionales como la OCDE, han coadyuvado al surgimiento de una nueva visión del desarrollo rural más ligada al desarrollo integral del territorio que al de un sector específico.

Señal de este cambio gradual de paradigma es la Ley 45/2007 para el Desarrollo Sostenible del Medio Rural, que comenzó a aplicarse en pequeños proyectos piloto a finales del pasado año 2009 y que está previsto que entre plenamente en vigor a lo largo de este año por medio del Programa de Desarrollo Rural Sostenible 2010-2014. Si bien su planteamiento es adecuado y moderno, el resultado de su aplicación hace albergar algunas dudas.

A las dificultades consustanciales de cualquier política de cohesión territorial, en el caso de la citada ley se suman los problemas internos derivados de la mala coyuntura económica -que reduce la dotación presupuestaria para una política cara-, la fragilidad creciente de la cooperación interinstitucional en la España autonómica y el reto, casi metafísico, de que en un departamento ministerial en el que intentan convivir agricultura, medio ambiente y medio rural pueda llevarse a cabo una política de desarrollo territorial, integral, interministerial y multisectorial.

Para acabar, existe el riesgo de que esta nueva concepción del desarrollo rural, si tiene éxito, siga cubriendo algunos espacios naturales de molinos de viento, esos que tanto irritan a James Lovelock y algunos urbanitas, o fábricas humeantes, ¿qué diría de ello William Wordsworth?

Raúl Compés López. Profesor de la Universidad Politécnica de Valencia

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