La Unión Europea perdida
La crisis de la deuda soberana, a la que hemos asistido atónitos en Europa estas últimas semanas, sería apasionante, como estudioso de la economía, si no fuera porque estaba en juego no sólo la solución de una incógnita o la suerte de algún Gobierno, como muchos han deseado, sino el futuro económico de Europa y su subsistencia como zona de influencia económica. Y sin darnos cuenta, hemos perdido mucho más de lo que aparentemente nos parece.
Hemos comprobado la inoperancia de los mecanismos de gobernanza del entramado institucional europeo. Muchos sabíamos hace semanas la necesidad de apoyar a Grecia, pues estaba en juego nuestra moneda. Sin embargo, ha sido necesario ver el borde mismo del precipicio para que los responsables políticos europeos hayan decidido un plan de rescate insuficiente, que ha tenido que ser subsanado, después de turbulencias en los mercados financieros, por una especie de superfondo por si acaso fuera necesario rescatar a otros países. ¿No es ya evidente la insuficiencia financiera de la Unión Europea, con un presupuesto exiguo? ¿Nos hemos finalmente convencido de que no puede haber una política monetaria sin que detrás exista una fiscal coordinada? ¿No será que deben existir mecanismos de gobernanza más eficaces y ágiles?
Pero, además, los acontecimientos nos han devuelto el fantasma de la Europa a dos velocidades, ahora definida por unos mercados que operan a las órdenes bien de especuladores, o de inversores sedientos de rentabilidad y que se dejan llevar por rumores infundados, en un contexto de fuerte incertidumbre. La Europa que ahora se configura para 2010 no es la que preveía el objetivo de Lisboa que trataba de convertir a esta economía en la más competitiva y dinámica del mundo. Si así lo hubiera sido habría resistido los embates de esta crisis y nos hubiera permito salir más rápido de ella.
Durante esta década, algunos de los países europeos hemos vivido anclados en una burbuja, en una suerte de sueño europeo del que nos han despertado bruscamente y al que queremos volver, pero aislándonos de la realidad. La respuesta de la ciudadanía griega no es sino la que sucedería en cualquier otro país europeo que se planteara un recorte drástico de su gasto público e incremento de sus impuestos. Nadie quiere darse por enterado de que no se puede gastar por encima de lo que se ingresa. La subsistencia del Estado del Bienestar europeo lleva aparejada la eficiencia en su gestión. La exigencia de derechos adquiridos y trasnochados tan sólo puede acabar con lo que tanto tiempo nos ha llevado conseguir. Gestionar no es sólo repartir lo recaudado en periodos de vacas gordas, también es saber eliminar lo innecesario y convencer a la ciudadanía de las necesidades de recorte cuando aparecen las vacas flacas.
Finalmente, las turbulencias en los mercados nos recuerda a los responsables de la crisis financiera mundial detonante de algunos, no todos, de los males económicos, que hoy nos afectan. Sin embargo, los Gobiernos y organismos multilaterales que transigieron en el pasado se encuentran hoy presos de sus juegos especulativos, incapaces de regularlos, posiblemente porque son presas de sus chantajes, vestidos ahora como turbulencias.
Francisco Velázquez. Profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid