No todo el monte (ni el espectro) es orégano
La palabra espectro (o frecuencias radioeléctricas) ha adquirido tintes casi mágicos en los últimos años. Al espacio que requiere la telefonía móvil para hacerse realidad se le ha atribuido el poder de crear gigantes de telecomunicaciones, de decidir la supervivencia o la postración de operadoras, de cambiar las economías, de elevar la productividad, incluso de salvar de la crisis.
Hace diez años que se vio que no era así. Ciertos países se frotaron las manos y lograron sumas multimillonarias en las subastas de frecuencias de UMTS, el 3G. Nada ha impedido que en 2008 se iniciara la peor recesión global en décadas. Tampoco las operadoras que ganaron aquellos concursos han vivido un cuento de hadas gracias a sus preciados megahercios.
Nada de eso resta importancia a la necesidad que tienen las compañías de contar con espectro. Y más ahora, cuando las demandas de los usuarios están disparando el volumen de información que transita por las redes móviles. Los iPhones, iPads, demás teléfonos inteligentes, portátiles conectados con dispositivos móviles y un largo etcétera ponen a prueba cada día las infraestructuras de las compañías, que no siempre aprueban.
La puja alemana tiene enseñanzas universales: no todas las frecuencias interesan igual
Esta vez, el remedio contra ese suspenso no es sólo estudiar -invertir en red-, sino contar con la materia prima del espectro. De ahí las reclamaciones de las operadoras para que los Gobiernos pongan en marcha de manera urgente licitaciones para repartir las frecuencias radioeléctricas que sean posibles.
La mayoría ha recogido el guante y está más o menos cerca de licitar espectro. Además, los Ejecutivos ya conocen las potencialidades de ese recurso escaso y se sienten con poder en las manos para establecer condiciones por él.
Pero diez años después de las subastas de UMTS, las operadoras han aprendido la lección. Una cosa es que necesiten espectro y otra muy distinta que estén dispuestas a hipotecar su futuro. Sin embargo, lo más importante es que saben lo que quieren. No todo el espectro es igual, ni vale lo mismo. Se peleará a muerte por el que tenga calidad, el que permita extender redes con el menor número de antenas, el que tenga buena penetración en interiores...
Si la eterna subasta de móvil alemana está enseñando algo a quienes llevan 11 jornadas y 82 rondas siguiéndola es cuál es el espectro deseado.
Tampoco es que hubiera muchas dudas. Las frecuencias que están situadas en las bandas más bajas -800, 900 MHz- son las más preciadas, de ahí el interés de las operadoras españolas de que el GSM -espectro en 900 MHz concedido sólo para trasmitir voz- pueda usarse también para banda ancha móvil. A partir de ahí, el interés cae en picado y ya da igual de qué espectro se trate. La banda de 1.800 megahercios, equivalente a 1,8 GHz, la de 2.000 y la de 2.600 concitan el mismo entusiasmo: casi nulo.
La subasta alemana es el mejor termómetro, porque ha sacado a la venta bloques en casi todas las bandas posibles. Y las apuestas que están dispuestas a realizar las operadoras son muy distintas.
Por ahora, la puja asciende a 1.580 millones de euros, que es la suma de las mejores ofertas en cada uno de los 41 bloques a concurso. La curiosidad está en que los seis únicos bloques de espectro en 800 MHz suponen 1.376 millones. Es decir, el 87% del total. Los otros 35 bloques sólo acumulan pujas por 204 millones. Si se hace la media por bloque, el resultado es que cada porción de 800 MHz se está valorando en 229 millones. En 1.800, esta cantidad baja hasta 6,3 millones, que son 7,9 en 2.000 y 5,5 en 2.600.
Es cierto que la subasta alemana no ha terminado y que es posible que una vez que esté claro el reparto en 800 MHz las operadoras se lancen a por el resto de las frecuencias. Al fin y al cabo, un megahercio siempre será un megahercio.
Pero la enseñanza de la batalla alemana es ilustradora por una doble vía para la escena española. Por un lado, refuerza la postura de las operadoras de cable, que parecen condenadas a repartirse las licencias en las bandas más altas -esas que no quiere nadie- si desean tener espectro propio. Por otro, puede ayudar al Gobierno a medir las contrapartidas que puede exigir, que no podrán ser las mismas en unos casos que en otros.
En territorio nacional, la venta de espectro será más reducida que en Alemania, pero también hay bastante en juego. Por una parte, están las frecuencias de 800 MHz, el llamado dividendo digital. Luego está la polémica en 900 MHz, sobre si se redistribuye una vez que se permita su uso para la banda ancha móvil y entre cuántos. La última licitación sería la de 2,6 GHz, esas frecuencias que en Alemania se pagan a 5,5 millones por bloque.
En teoría, las únicas que el Gobierno español está dispuesto a regionalizar, de forma que varias compañías se repartan el espectro y cada una dé servicio en una zona, serían las de 2,6. Por supuesto, los operadores de cable -a los que está destinada esta medida- se quejan. Encabezados por R y Euskaltel, no entienden por qué se les priva del resto. Y ahora tienen más fuerza, porque Ono se ha unido a ellos. Hasta el momento, pocos consideraban que pudiera pujar por frecuencias, dados sus problemas económicos, pero en esta nueva etapa se lo está planteando, sobre todo porque puede que no se venda más espectro en mucho tiempo.
Las compañías de cable dicen que quieren pujar por todo, no sólo por lo que nadie quiere. A la vista de lo sucedido en Alemania, incluso las grandes operadoras les dan la razón.