La UE debe impulsar la seguridad alimentaria
Tras la crisis alimentaria internacional de 2008, la preocupación por la disponibilidad de alimentos suficientes ha entrado en el debate sobre la política agraria europea (PAC). Conviene recordar que la seguridad de abastecimiento forma parte de los objetivos fundacionales de la PAC. Y fue reafirmada el pasado diciembre por 22 Gobiernos europeos, incluida España, a favor de una PAC fuerte. Este énfasis podría inducir a pensar que existe en la UE un problema de seguridad alimentaria. Pero ¿debe ser la producción de alimentos un motivo de ansiedad y preocupación en la Europa actual?
La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) establece que la "seguridad alimentaria existe cuando las personas tienen acceso físico, social y económico a una alimentación suficiente, segura y nutritiva que satisface sus necesidades dietéticas y sus preferencias alimentarias para una vida activa y saludable". Según esta definición, la seguridad alimentaria es un concepto más amplio que la inocuidad alimentaria y ambos no deben confundirse, como se hace frecuentemente en las lenguas románicas que no distinguen entre food security y food safety. En todo caso, millones de hogares en Europa sufren problemas de acceso a una alimentación adecuada. Sin embargo, estos no se resuelven con una mayor producción agraria sino impulsando una economía generadora de empleo y reforzando las redes de protección social.
La PAC se creó inicialmente para apoyar la producción pero ello conllevó, a partir de los 80, la exportación de excedentes que ejercían competencia desleal (junto a productos de los EE UU) sobre los productores más vulnerables de otros países. Las reformas de los 90 redujeron los excedentes aunque el saldo neto de la balanza sigue siendo positivo en la mayoría de los productos básicos. Durante la crisis de 2008, la UE relajó drásticamente el barbecho obligatorio y las subvenciones sobre los biocarburantes. La producción de trigo creció 30 millones de toneladas y la de cereales pienso 25 millones de toneladas con respecto a la campaña anterior. La disponibilidad y carestía alimentarias no deberían suscitar especial desasosiego a la sociedad europea.
¿Significa que la UE debe olvidarse de la seguridad alimentaria? En absoluto. En realidad, tres son las inquietudes que tendrían que guiar el debate europeo. La primera es concentrarnos no tanto en alcanzar un determinado nivel de producción sino, sobre todo, en cómo lo vamos a conseguir. No tiene sentido asegurar la producción de alimentos si no se hace de manera sostenible. Los agricultores esperan más estímulos de la acción pública para mantener su capacidad productiva procurando métodos de cultivo compatibles con los recursos hídricos, la conservación del suelo, y la biodiversidad. Es más, habría que fomentar el dinamismo de las áreas rurales para evitar su envejecimiento y la desaparición de los actores de esa producción sostenible. La segunda inquietud debería ser la de comer bien, educando a la población en sus hábitos de consumo e incentivando un cambio cualitativo hacia alimentos saludables (por ejemplo, haciendo valer la dieta mediterránea). Por último, pero muy importante, la UE podría comprometerse con la seguridad alimentaria en el planeta, no sólo aportando productos, sino especialmente innovación e investigación, y destinando recursos a la financiación del desarrollo de la pequeña agricultura en las áreas más pobres del planeta. En estas zonas existe realmente desabastecimiento junto desempleo, vulnerabilidad, falta de derechos y de soberanía; es decir, inseguridad alimentaria.
Una elevación de los precios de la energía puede provocar nuevas crisis alimentarias. En este contexto, con una demanda creciente de cereales en los países emergentes, la UE mantendrá probablemente su papel de exportador de alimentos. El cambio climático podría añadir amenazas adicionales para 2050. Ante estos riesgos, y por el bien de todos, incluida la UE, la agricultura en los países en desarrollo necesitará inversiones que según Diouf, el director general de la FAO, requerirían 44.000 millones de dólares anuales de ayuda oficial; suma irrisoria si se compara con los 1.300.000 millones de dólares que el mundo gasta en armamento cada año.
José María García Álvarez-Coque. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Politécnica de Valencia