La deuda española despierta interés
Riesgo frente a rentabilidad. Cualquier inversor conoce bien este dilema y sueña con el activo perfecto: máxima ganancia con la máxima seguridad. Por tanto, no hay que sorprenderse si todo se orienta para acercarse a este axioma ideal. En estos días lo hemos vivido de cerca con el ataque a la deuda soberana emitida por algunos países acusados de estar cerca de hipotéticos impagos. Como respuesta, la clásica, se han visto obligados a pagar más por el dinero que necesitan pedir prestado a los mercados.
España ha sido de las economías afectadas por este encarecimiento y el Gobierno se ha visto forzado a explicar la semana pasada -una y otra vez- las bondades de la deuda pública de España. Lo hizo en diversos foros, incluidos Londres y París. La directora general del Tesoro, Soledad Núñez, esgrimió la subida de la rentabilidad -forzada por las dudas que han expresado los mercados estos días- como uno de sus principales atractivos. Es, ciertamente, un pobre argumento a los oídos de los contribuyentes españoles, que tendrán que soportar un aumento de la factura financiera en los Presupuestos Generales del Estado. Pero indudablemente es también una razón de peso en los foros de inversores cuyo objetivo es acercarse a la ecuación de más dinero por menos riesgo. Y ninguno de ellos tiene razones técnicas para desconfiar de la fiabilidad de los bonos, los pagarés o las letras españoles. Un 4% anual (por los bonos a diez años) o incluso el 0,8% (por las letras a 12 meses) son poderosos imanes, es decir, rentabilidades muy razonables frente al 2,21% de media de los depósitos bancarios.
Se comprende pues que los expertos apunten que la avalancha de deuda soberana -emitida para financiar los gigantescos planes de rescate de Gobiernos de todo el mundo- abre un interesante abanico de posibilidades para el inversor. Y entre esa deuda, sin duda, está la española. Tanto las agencias de calificación, como Moody's y Fitch, como la más prestigiosa prensa financiera internacional han reconocido la extraordinaria obviedad de que España no es Grecia. Por tanto, la deuda española no corre los mismos riesgos que la helénica. Algo que es patente para la banca española, que ha duplicado desde 2008 su exposición a la deuda pública de la zona euro, hasta los 178.027 millones.
No sería acertado, sin embargo, minusvalorar las suspicacias que ha despertado la economía española. En definitiva, está llena de claroscuros. En el debe aparece el mercado laboral, que despierta incredulidad entre los analistas internacionales, quienes ven con estupor un paro próximo al 20%. Igualmente serias son, en estos momentos, las dificultades de las cuentas públicas, que han pasado en dos años de un superávit del 1,9% del PIB al 11,4% de déficit. La anemia del sector inmobiliario y los cuatro millones de parados impedirán alegrías en la recaudación tributaria. Lo que generará a medio plazo una falta de ingresos que debe hacer recapacitar al Gobierno. Porque el plan de ajuste de 50.000 millones puede no ser suficiente si el IVA o el IRPF no desarrollan su potencial de años anteriores. Por eso, no puede permitirse el lujo de descartar recortes en algunas partidas. En definitiva, se acabó el tiempo de actuar como nuevos ricos. Además, el déficit formativo es un hándicap que es imprescindible eliminar para garantizar un tejido empresarial competitivo. Todas estas son debilidades a corregir con valentía y decisión.
Pero sería igualmente injusto minimizar las virtudes de la economía española. Ha demostrado gran dinamismo en anteriores crisis y ahora cuenta con un tejido empresarial mucho más consolidado, modernizado e internacionalizado. Muchas empresas españolas son punteras en su sector y muchas más están excelentemente posicionadas. Además, algunos de los desequilibrios macroeconómicos padecidos hace unos años se han ido corrigiendo, en especial el fuerte déficit corriente que llegó a suponer el 10% del PIB. Ahora se ha reducido a la mitad, lo que implica un fuerte desapalancamiento de familias y empresas. El ahorro, que supone el récord histórico del 10% de la renta disponible, puede ser garantía de futuro. Por tanto, es absurdo caer en el desánimo. Porque además los inversores extranjeros van a seguir apostando por nuestra economía comprando deuda pública española.