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Lealtad, 1

El euro no es el problema

La dificultad que supone para países como España la imposibilidad de devaluar la moneda y recuperar competitividad por esta vía es uno de tantos dilemas económicos generados por el crac que tienen un perfil político. El documento legal preparado por el BCE el año pasado, en el que reflexionaba -según su propia terminología- sobre el proceso de salida negociada, expulsión o autoexpulsión de la zona euro es munición, y de la buena, para el euroescepticismo.

Para los curiosos, está disponible en la intrincada dirección de internet http://www.ecb.int/pub/pdf/scplps/ecblwp10.pdf. El documento es un tanto farragoso, pero aclara algunos puntos. Por ejemplo, no hay un procedimiento de salida unilateral lo que, aunque pueda sonar a imprevisión, no es mala idea en la medida en la que evita, pongamos por caso, que algún Estado miembro juegue con la idea del chantaje, "o recibo ayuda o me marcho".

De todos modos, la cuestión parece un tanto fuera de lugar. Abandonar el euro para retomar una devaluada peseta supondría un alivio en términos de competitividad -devaluaciones de 1993 y 1995- a un precio demasiado alto. Es decir, y sólo por poner un ejemplo, ¿qué evitaría una fuga de capitales hacia la moneda fuerte a medida que se acerca la salida del euro?

La cuestión más de fondo, y la favorita de los euroescépticos, es hasta qué punto la moneda única ha sido causante de los desequilibrios. En otras palabras, si ha merecido la pena. Se le puede culpar de todo lo malo o atribuirle todo lo bueno; son las ventajas de la economía ficción. Pero, haciendo desde estas líneas un poco de economía ficción, se hace difícil pensar que la burbuja inmobiliaria y el déficit corriente español se habrían evitado por usar la peseta. Baste como ejemplo lo sucedido en Islandia o algunos países de Europa del Este. No es el euro quien aprieta, es el ladrillo.

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