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Joaquín Almunia

La resistencia del junco

El futuro comisario de competencia se ha reinventado en Bruselas como uno de los políticos más poderosos de la escena comunitaria. Rigor y calma, la receta de su éxito

La resistencia del junco
La resistencia del junco

Poco después de superar con holgura el pasado martes su examen oral ante el Parlamento Europeo, el futuro comisario europeo de Competencia recibió un sms halagador. "Los socialistas alemanes dicen que lo has hecho tan bien que merecerías ser el presidente de la Comisión Europea", venía a decir el texto enviado a Joaquín Almunia por un europarlamentario. "¡Joder!", respondió con su laconismo habitual el todavía comisario europeo de Asuntos Económicos.

Almunia (Bilbao, 1948) no se apea de su parquedad y austeridad ni siquiera en los momentos de presunta euforia. Y según sus colaboradores, tampoco pierde la calma en los momentos difíciles, lo que le ha ayudado a convertir la crisis financiera en la catapulta para su espectacular carrera política en Europa.

"Evita la gesticulación política y mediática y mantiene una ausencia completa de precipitación frente a huracanes como la hecatombe bancaria de 2008", señala un colaborador de Almunia durante la etapa más cruda de la actual crisis financiera.

También recuerdan en el edificio Berlaymont, sede de la Comisión, que durante los plenos semanales del organismo "Almunia no es de los más parlanchines pero cuando habla es muy oportuno". "Poco a poco", añaden, "se ha convertido en uno de los comisarios de peso y con criterio".

Curtido y baqueteado, muestra un pragmatismo que, según algún correligionario socialista, "le impide comprometerse con objetivos que comparte pero no considera viables". El impuesto a las transacciones financieras quizá sea el ejemplo más reciente.

Pero su capacidad de trabajo, lealtad e imparcialidad le han granjeado desde 2004 el reconocimiento del presidente de la Comisión, José Manuel Barroso. "Hay confianza mutua", resume un alto funcionario. Con esa complicidad de por medio, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, apostó por la renovación de Almunia, a sabiendas de que con toda probabilidad redundaría en beneficio de España. Y así fue. Quizá incluso por encima de las aspiraciones del propio comisario, que se ha visto encaramado hasta la vicepresidencia de la Comisión y la cartera de Competencia, la más poderosa del organismo comunitario, pero también la de más responsabilidades.

Licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas por la Universidad de Deusto, Almunia parece disponer de la base teórica necesaria para afrontar el reto. A sus órdenes tendrá la temida dirección general de la Competencia, una suerte de cuerpo de élite dentro de la CE capaz de moldear la voluntad de un comisario.

Por si acaso, ha nombrado un gabinete en el que cinco de los siete miembros son especialistas en derecho de la competencia. Y quienes han trabajado junto a él en Madrid o Bruselas, le atribuyen un excepcional olfato político para adecuar la actuación de su departamento a la coyuntura y evitar derivas dogmáticas difíciles de probar ante los jueces.

La tremenda repercusión económica y empresarial de los expedientes también someterá al comisario a una enorme presión externa que quizá le robe tiempo para su vida familiar (está casado y con dos hijos) o de ocio (es un empedernido lector y está enganchado a la opera). Cuando el próximo 25 de febrero el Athletic de Bilbao se juegue en Bruselas, frente al Anderlecht, los dieciseisavos de la Europa League, el principal hincha comunitario de los leones quizá disfrute de uno de los últimos momentos de asueto del próximo lustro.

Su nombramiento, en cualquier caso, supone el cénit de una trayectoria que parecía estancada. "Almunia ha aprovechado una maravillosa oportunidad para recuperarse políticamente y dejar claro que España se perdió a un gran presidente del Gobierno", afirma Ramón Jáuregui, que formó parte de la ejecutiva socialista que Almunia formó como sucesor de Felipe González.

"Sustituir a Felipe era extremadamente difícil," recuerda Jáuregui, miembro ahora del Parlamento Europeo. "Fue un momento muy complicado". La pesadilla terminó la noche del 12 de marzo de 2000, tras la victoria por mayoría absoluta de José María Aznar en las elecciones generales. La inmediata dimisión del bilbaíno parecía el punto final de un político que con 34 años se había convertido en ministro de Trabajo del primer Gobierno socialista.

Pero Almunia, que en su juventud pasó por Harvard y Lovaina, disponía de un conocimiento del inglés y del francés que, entre otras cualidades, le abrió el camino hacia Bruselas cuando los socialistas regresaron al poder.

Llegó a la capital comunitaria en 2004 para sustituir con fecha de caducidad (dos años) a Pedro Solbes al frente de Asuntos Económicos. El plazo no se cumplió. Todo lo contrario. Flexible y resistente como un junco ha ganado adeptos por encima y por debajo de un escalafón cuya cúspide ya roza al cimbrearse. "Su trato es excelente. Igual de llano y sencillo en público que en privado", asegura Antoine Quero Mussot, miembro de su gabinete durante el pasado mandato.

Ahora le llega una nueva prueba de fuego al veterano político español, con los Gobiernos de la UE dispuestos a comprobar su nivel de tolerancia con las ayudas de Estado y las multinacionales inquietas por el nivel de las multas que impondrá. En 2014 será su examen final. Pero de momento, entre paseos por la elegante plaza bruselense del Sablon y visitas a la agrupación socialista local Pablo Iglesias, el comisario ha logrado aunar sus orígenes políticos (se afilió al PSOE en Bruselas en 1974) con un reconocimiento internacional impensable hace sólo cinco años.

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