El futuro de los dividendos
Por primera vez en la historia moderna de la Bolsa, los inversores en acciones de EE UU acabarán la década con las manos vacías. El índice S&P 500 arrojará una media de retorno anual del 0,8% negativo. Incluso 1930 fue un año mejor: aunque los precios de las acciones cayeron, los dividendos hicieron que el retorno medio total fuese del 1% positivo.
Puede que los inversores se lamenten de su desgracia, especialmente cuando comparan la inflación anual del 2,5% del periodo con la deflación anual del 2% de los años treinta. Pero también deben sentirse afortunados por dos razones.
En primer lugar, la cosa podría haber sido peor. Para los japoneses, la burbuja tecnológica estadounidense de principios de década fue minúscula. El índice Nikkei aún está sólo a un cuarto de su máximo histórico, alcanzado hace dos décadas.
En segundo lugar, los accionistas obtuvieron de las compañías más efectivo del que se refleja en las estadísticas de S&P, que supervisa el índice de referencia. Sus cálculos no incluyen las recompras de acciones, pero éstas, igual que los dividendos, bombean dinero a los tenedores de acciones. Y en siete de los diez últimos años las recompras han sido mayores que los dividendos.
Durante la última generación se ha considerado que los dividendos estaban pasados de moda. Desde 1936, las compañías han desembolsado un 53% de sus beneficios en forma de dividendo. Porcentaje que se redujo a un 46% en la última década. Pero después de estos precarios diez años, un flujo constante de efectivo en mano parece mucho mejor que los potenciales beneficios de capital que se puedan obtener. Según la teoría financiera, si los impuestos se mantienen constantes, ambas cosas tienen el mismo valor. En la práctica, en cambio, un pago de dividendo relativamente constante reduce el riesgo de la inversión y evita que los ejecutivos de las compañías se empantanen demasiado en inversiones y adquisiciones de dudosa rentabilidad. Ya es hora de que el dividendo vuelva a estar de moda.
Por C. Swan / E. Hadas