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Tribuna
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Copenhague: una cumbre con luces y sombras

Cómo interpretamos lo que ha sucedido en Copenhague? Durante dos semanas hemos vivido la intensidad de una cumbre en la que todos teníamos expectativas muy altas. Basta recordar el récord de delegados, 45.000 personas con una fuerte presencia de la sociedad civil, el número de periodistas, así como la presencia por primera vez de 110 jefes de Estado.

Se hace necesario, por tanto, una reflexión sosegada a lo largo de las próximas semanas sobre los hechos significativos que se han manifestado en esta difícil cumbre. Hay elementos que nos generan frustración como el modo en que se desarrollaron las reuniones, la desaparición de elementos básicos como un mandato de transformación en un tratado internacional vinculante o las cifras esperadas para el largo plazo. No obstante, también hay aspectos interesantes que conviene tener presente y sobre los que es posible seguir construyendo y avanzando.

En primer lugar, hay que destacar que el resultado de la cumbre es fruto directo de la congruencia y liderazgo de la UE, no solo de sus actuaciones y política de los dos últimos años sino del papel de presión que ha ejercido Europa en la cumbre, incluido en las últimas horas del tramo final. En el texto acordado quedan reflejadas las posiciones que la UE ha defendido en este tiempo en cuanto al esquema general como a las piezas básicas que deben permitir sentar las bases del trabajo multilateral a medio y largo plazo. El único espacio en el que Europa no participó fue en la rebaja de ambición de algunos aspectos básicos que debían haber quedado incluidos en el texto final.

Tres son los aspectos que echamos en falta: en primer lugar, la falta de referencia cuantificada de reducciones de emisiones para 2050; en segundo, la ausencia de mandato específico de conversión del acuerdo en un tratado internacional al menos en el corto lazo, y tercero y muy sustantivo, queda pendiente hasta el 31 de enero que los países que apoyan este acuerdo aporten sus cifras de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Nos hubiese gustado que estas cifras se hubiesen reflejando en el texto final de Copenhague.

Entre las luces hay que subrayar que por primera vez en el contexto de Naciones Unidas se hace referencia al límite máximo de incremento de la temperatura que debe orientar nuestra acción: no más de 2 grados centígrados. La acción debe ser revisada en 2015 teniendo en cuenta los avances científicos que se recogerán el V Informe del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC), y, en todo caso, debe dicha revisión hacerse teniendo presente el principio de equidad. Estos elementos nos permiten disponer de un camino de largo recorrido a partir del cual se deberán construir los objetivos a largo plazo.

Además por primera vez se identifica la obligación de fijar objetivos concretos de reducción de emisiones para los países desarrollados y el compromiso de acciones para la desviación tendencial de las emisiones de los países emergentes. Todo ello sometido a un control y verificación internacional que garantiza la aplicación de un sistema transparente.

Finalmente hay que resaltar que se incorporan el resto de pilares básicos para la acción multilateral de la lucha contra el cambio climático y construcción de un nuevo modelo de desarrollo como son la adaptación, el desarrollo tecnológico, la cooperación y el reconocimiento del valor económico de los bosques primigenios, así como de las ideas básicas para la construcción de una arquitectura financiera internacional que permita dotar de contenido a las acciones de mitigación y adaptación, incluyendo una llamada al relevante papel que jugarán los mercados de carbono.

Es un acuerdo claramente por debajo de nuestras expectativas pero también un acuerdo que representa más del 80% de las emisiones del mundo. Los próximos meses serán fundamentales para avanzar en el orden de prioridades que se desprenden del Acuerdo logrado en Copenhague en un contexto muy complejo en el que se hacen visibles nuevos actores globales, y las limitaciones de unos países emergentes que aspiran a alcanzar la madurez pero confirman la dificultad de hacerlo. La Unión Europa debe extraer las lecciones oportunas de lo ocurrido pero, en todo caso, es imprescindible que se mantenga marcando el camino.

Teresa Ribera. Secretaria de Estado de Cambio Climático

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