Pesos pesados para consolidar las ganancias
Nadie se atreve este año a dar ni siquiera una horquilla, por abierta que sea, con el comportamiento de las Bolsas para 2010. A un devenir tan volátil y errático como el del año que culmina ahora, hay que añadir la niebla que sigue cubriendo el horizonte macroeconómico, que tiene reflejo directo en los resultados de las compañías cotizadas, motor último de los precios de las acciones. La renta variable ha repuntado este año casi un 30%, pero con una asimetría anormal: comenzó el año con un desplome vertical de los índices, cuando la caída de Lehman Brothers puso en duda la resistencia de la banca en todo el mundo y se extendió el temor a que la recesión se convirtiese en una depresión. Tras los mínimos de marzo, que suponían caídas desde los máximos cíclicos de más del 60%, la intervención masiva de los Gobiernos para estimular la economía, tras haber apuntalado a los bancos con garantías de liquidez y capital, amparó una recuperación de los mercados de acciones, que acumula más del 70% en los últimos nueve meses del año.
Esta recuperación da por hecho que los peligros mayores han desaparecido. Pero la volatilidad no está olvidada, y los temores pasan de un activo a otro dando sustos a los mercados, como bien han recordado las revisiones de las calificaciones de la deuda pública de varios países. Así, cuando estamos ya de lleno en el tercer año de la crisis, la recuperación de la economía con garantías se limita a los países emergentes, y en las economías maduras persiste la duda sobre la solidez del repunte una vez que los Gobiernos retiren los estímulos fiscales y los bancos centrales, los monetarios. Y no parece suficiente para sostener la economía mundial que los países emergentes mantengan sus niveles de crecimiento, entre otras cosas porque su aportación es más de oferta que de demanda, y contribuye de manera limitada a la recuperación paralela de los gigantes norteamericano, japonés o europeo.
La Bolsa está ahora en un momento en el que tiene que consolidar las fuertes revalorizaciones del año que termina, y esperar por dónde se decanta la actividad en las economías desarrolladas. Por ello, los analistas no se atreven a dar una cifra de cuál puede ser el desempeño de las Bolsas en 2010. Ante tal falta de visibilidad, las recomendaciones se refugian en las compañías de gran tamaño y liquidez, con negocio muy recurrente y beneficios asegurados y a ser posible que los compartan con los accionistas vía dividendo. Este criterio acerca las preferencias hacia las empresas energéticas y de servicios de gran consumo, como las comunicaciones. En España, Telefónica y las energéticas están por esta razón en los primeros lugares de las carteras recomendadas, a las que se apuntan también los dos grandes bancos, tras despejar las dudas financieras, y salir en parte ganadores por las limitaciones de riesgo que ambos tenían tomados, así como por su diversificación geográfica. El alto endeudamiento sigue siendo un factor de rechazo para los inversores porque las dudas sobre las refinanciaciones de las grandes corporaciones no se han despejado del todo, menos si las grandes entidades bancarias mundiales siguen albergando dudas sobre la calidad de sus carteras de crédito y sobre los niveles de capital y solvencia exigibles para afrontar una nueva etapa de crecimiento.
Es una de las dudas cuya solución no puede demorarse más. Casi tres años después de surgir los primeros problemas financieros, no está plenamente restablecido el flujo de la liquidez, ya que persiste la falta de confianza sobre la calidad de los activos en un buen número de bancos, y los procesos de recapitalización no han culminado, entre otras cosas porque el mundo sigue sin criterios claros acerca de los niveles mínimos exigibles. Sin banca capitalizada no habrá recuperación del crédito ni de la economía.
Pero España, con más excesos en el pasado, tiene más trecho de desierto por delante. Los gobernantes tienen que hacerse a la idea de que tienen dos asignaturas suspensas que no son precisamente marías. Retorno a la estabilidad fiscal y reformas que liberalicen los mercados. Sin ellas no volverá la confianza a los inversores nativos y foráneos. Ni a los emprendedores potenciales o a los ya consolidados. Todos ellos fundamentales para recuperar crecimiento y empleo.