El desempleo exige medidas urgentes
El Gobierno mostró el viernes una razonable euforia porque el paro descendió entre julio y septiembre en 14.100 personas y la destrucción de empleo se limitó a 74.800 puestos de trabajo, según revela Estadística. Tales datos, comparados con el desempeño del mercado de trabajo de los trimestres anteriores, pueden justificar determinadas dosis de optimismo. Pero este comportamiento nominal de las variables esconde una evolución real bastante pesimista. El empleo habría descendido en el trimestre en términos desestacionalizados (corregidos los efectos cíclicos del verano) en 136.500 personas, y el número de parados habría aumentado en 58.000 desempleados, con una tasa de desempleo real del 18,5%. Por tanto, una lectura correcta de los datos confirma que se mantiene la tendencia contractiva de la ocupación, que se ha llevado por delante 1,47 millones puestos laborales en los últimos doce meses, y que ha comenzado a horadar la parte más estable y estructural del esqueleto productivo.
La destrucción de empleo, para simplificar, se ha concentrado entre los hombres con contrato fijo del sector manufacturero, allí donde los niveles de renta son superiores. Si hasta ahora las empresas han hecho el ajuste sin coste (despido cero para los temporales), decenas de actividades económicas que han aguantado la crisis hasta ahora han comenzado a ajustar sus plantillas porque la demanda final no reacciona. Los asalariados con contrato indefinido han descendido en 161.200 en el trimestre, mientras que los temporales han recuperado un pequeño terreno. De hecho, las empresas hasta ahora habían mantenido los niveles de plantillas seguramente porque el coste del despido funciona como un muro de contención, y el empleo se convierte en un indicador retrasado de la actividad económica. No deberían despreciar ni Gobierno, ni sindicatos ni empresarios, la luz que arroja este comportamiento del mercado de trabajo para tomar decisiones.
No es sostenible ese desequilibrio, la sangrante dualidad del mercado laboral. Los volúmenes de desempleo de los colectivos más jóvenes están engordando a velocidad de vértigo (ningún país europeo ha destruido tanto empleo en tan poco tiempo como España), y si logran sortear el paro, su destino en el mercado laboral no será otro que la ocupación temporal, tal como delatan los datos de Estadística del tercer trimestre. Tal dualidad debe ser rota. No se pueden mantener los niveles de protección de los empleados fijos en los niveles más altos de la OCDE a costa de tener casi cinco millones de empleados en el alambre de la temporalidad y casi otros cinco, mayoritariamente jóvenes, en el páramo del desempleo. La doctrina apuesta a que una reducción del coste del despido, aunque se aplique sólo para los nuevos contratados fijos, y una reducción controlada pero ejecutiva de la temporalidad, daría un equilibrio más correcto al mercado laboral.
Si es este el mejor momento para reformar el mercado de trabajo o no, es un debate estéril. Cuanto antes se reforme, mejor. Ello no quiere decir que de inmediato se vaya a producir una recuperación estructural de las plantillas, puesto que antes debe concluir el proceso de estabilización de la economía y regenerarse el aparato productivo, que a su vez pasa en buena parte por encontrar nuevos nichos de actividad más sostenibles que los que han provocado la crisis. Pero esta reforma, que debe tocar también los mecanismos de determinación de salarios, las trabas a la movilidad funcional y geográfica de los trabajadores, la formación continua de los mismos, o los mecanismos de protección por desempleo, debe hacerse acompañar por otras cuantas reformas de mercados de bienes y servicios, de la fiscalidad del trabajo y de todos los mecanismos que contribuyan a ensanchar lo máximo el crecimiento potencial de la economía. Si no, no funcionará.
La política económica y todas las instituciones que la conforman deben recuperar la confianza de los emprendedores para poner de nuevo la economía en marcha, para que la población activa que se ha contraído en el tercer trimestre del año por la pasividad y desánimo que genera la crisis, vuelva a crecer con la esperanza fundada de encontrar empleo. Para ello, las expectativas juegan un papel clave; son las que mueven el medio y largo plazo de los actores económicos.