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Análisis

EE UU trata de cerrar la caja de Pandora bursátil

Hoy se negocian derivados sobre un nominal 10 veces el PIB mundial; Obama no quiere que vuelvan a suponer un riesgo sistémico.

Una piscina en el hotel Boca Ratón de Florida, una nariz rota, alcohol y sesiones de estudios para sacar más partido a los derivados. Era junio de 1994, y en ese ambiente festivo los banqueros de JPMorgan sembraban los polvos de los actuales lodos, o al menos así lo presenta la periodista de Financial Times Gillian Tett en su libro Fool's Gold. Un relato novelesco sobre cómo el mundo de los derivados crece, se sofistica y acaba siendo un agujero negro que engulle firmas como AIG.

El despiste de los reguladores, la frenética innovación, la ignorancia de los banqueros tradicionales, los lobbies y la ambición salpican uno de los libros que mejor y más didácticamente se adentra en los conceptos que se han popularizado en esta crisis.

El primer CDS (credit default swap) en 1994, un derivado que actúa como un seguro ante el riesgo de quiebra, y que se usó por primera vez por JPMorgan con un crédito a la petrolera Exxon en 1994. El banco consiguió que al eliminar el riesgo de sus préstamos, las autoridades -en concreto la Reserva Federal- permitiera reducir las reservas de capital, tal y como imponía Basilea I. Eso abrió la puerta a la posibilidad de hacer más préstamos y por tanto, ganar más dinero. "En octubre de 1999, el mercado oficial de derivados de crédito se estimaba en 229.000 millones de dólares, seis veces más que dos años antes. JP Morgan era responsable de la mitad de este mercado. El banco no sólo había comenzado este negocio, era virtualmente el mercado", explica Tett.

Geithner aún no ha dado pistas de cómo o quién supervisará este mercado

Aprovechar el verano y asegurar que el libro (editado por Free Press) está en la maleta permitirá entender mejor por qué el Gobierno de EE UU quiere encender la luz en la que fue la fiesta del mundo de los derivados.

Hoy se vive una crisis sin precedentes después de la II Guerra Mundial y las exposiciones de las contrapartes de los CDS, aquella invención del banco que hoy preside Jamie Dimon, han sido uno de los eslabones de una cadena que ha pasado por Bear Stearns y AIG abriendo la caja de Pandora del riesgo sistémico. De ser un sistema de control de riesgo han pasado a ser el mayor riesgo en si mismos. AIG por ejemplo vendió CDS sin tener capital suficiente para cubrir sus obligaciones. Actualmente se calcula que los CDS supongan en torno al 8% de los derivados de crédito, un mercado que (incluyendo los contratos de tipos de interés y los de divisas) suma contratos sobre un nominal que mueve 592 billones de dólares, 10 veces el PIB mundial. Hace dos años esta cifra se quedaba en la mitad. De momento el Gobierno de EE UU sólo ha dado algunas pistas de por dónde irán las cosas, y no ha sido muy exhaustivo.

El secretario del Tesoro, Tim Geithner, testificó hace unos días en el Congreso ante una muy nutrida representación de legisladores que la Administración quiere que los derivados OTC -contratos bilaterales no negociados en mercados- que sean estandarizados pasen por una cámara de compensación regulada y que aporte una transparencia que ahora no existe, pues la mayoría de los contratos se cierran por teléfono sin más.

Pero Geithner no explicó qué era un derivado estandarizado ni por qué dejaba al resto fuera, cuestión esta última que no convence a los más celosos legisladores. El secretario dijo que el término será lo más expansivo posible para que evolucione en la medida que lo hagan estos productos. Pero no se comprometió a nada todavía.

A la vista de la capacidad del sector para encontrar agujeros en la normativa, la opción abierta que plantea Geithner puede ser un arma de doble filo y depender del aire que sople en la casa del regulador en cada momento. Y tampoco está claro quién será ese supervisor. El Gobierno habla de la SEC y de La Comisión del Mercado de Futuros (CFTC) pero no hay mucha definición sobre los cometidos de cada una.

Lo que sí advirtió el responsable del Tesoro es que se temía que en este mercado global las reglas no fueran uniformes y en concreto expresó su preocupación por que en Europa se abracen otras soluciones. Vaga en su primer asalto en el mundo de los derivados o no, la Administración americana parece, sin embargo, que se lo ha tomado en serio. Hace unos días, y al poco de la comparecencia de Geithner, el departamento de Justicia ha abierto una investigación sobre uno de los mayores proveedores de datos a los bancos, Markit, compañía de Londres propiedad de las entidades. Lo que Justicia quiere saber es si estos bancos, entre los que están JP Morgan y Royal Bank of Scotland, tuvieron acceso privilegiado a cierta información.

En Washington existe el convencimiento de que la legislación se aprobará este mismo año. En Wall Street están dispuestos a recibir una reforma pero se cuenta con que en los pasillos del Congreso, los más grandes de este mercado se manejen con la misma pericia como describe Tett en un libro muy apropiado para este verano.

Cinco firmas suman el 80% del mercado

La agencia Fitch analizó, a la luz de los resultados empresariales del primer trimestre, el grado de uso y concentración de los derivados en las mayores compañías estadounidenses, con resultados tan concluyentes como, en este 2009, poco sorprendentes. Los cinco grandes bancos de inversión -JPMorgan, Bank of America, Goldman, Citi y Morgan Stanley- concentran el 80% de las posiciones (activos y compromisos), que Fitch valora en al menos 240.000 millones de dólares. "Las empresas no financieras, aparentemente, sólo utilizan los derivados con finalidades de cobertura".Como explica la firma de calificación financiera, la banca, además de cubrir sus propias actividades con derivados, provee de éstos a terceras entidades, es decir, los emite para ganar dinero con ellos. De hecho, para Goldman Sachs y Morgan Stanley los activos derivados suponen más del 10% del total de los activos del banco; 79.000 y 104.000 millones, respectivamente.

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