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Tribuna
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¿Y si los ciudadanos lo prefieren?

A veces los debates morales tienen también lugar en el ámbito económico y financiero. Es cierto que este tipo de debates no tienen por qué ser ajenos al sistema financiero, puesto que la economía, como ciencia social que es, aborda cuestiones relativas al comportamiento y, en esta dimensión, los aspectos éticos son sustanciales.

Más extraordinario es el hecho de que el debate ético ocupe más atención que el técnico, como ocurre ahora al proponer soluciones a la crisis financiera internacional. Sin embargo, en los últimos informes realizados para conocer las razones de la crisis y establecer las soluciones a la misma, se constata que ambas cuestiones son inseparables.

El aspecto técnico está muy bien reflejado por la Financial System Authority, que en su denominado Informe Turner asegura que el origen del problema es sistémico, que hay que buscarlo en que las finanzas son globales en un mundo sin un gobierno global y recomienda tener en cuenta que: si la entidad matriz tiene problemas, por muy bien capitalizadas que estén sus filiales, en la medida en que el grupo entero puede ser percibido en problemas, sus filiales pueden enfrentarse a crisis de liquidez.

El otro aspecto del debate, el ético, el que tiene que ver con los comportamientos, también está recogido en este informe al afirmar que los mercados eficientes pueden ser irracionales. Así, se asegura que según la psicología cognitiva y la neurociencia, sabemos que las personas, a menudo, no realizan sus decisiones basándose en la parte racional del cerebro, como asume la economía clásica, sino que están relacionadas con la parte instintiva del cerebro, por lo que en el ámbito colectivo tienden a producir un efecto gregario y situaciones de movimientos irracionales. El informe basa esta cita en los trabajos de Kanhneman y Tversky, los psicólogos padres de esta teoría, referentes en la sociología, que en año 2002 recibieron el Nobel de Economía. Llega tarde la autoridad británica a una conclusión que, en otros campos, es el punto de partida en los análisis para entender los comportamientos cotidianos.

Por eso, creo que la salida del laberinto en el que estamos está cerrada. En los comportamientos que llevaron a la crisis subyacía una ética utilitarista, como la que preconizaba John Stuart Mill, en virtud de la cual la corrección moral de un acto está determinada únicamente por sus consecuencias. Si algo sale bien es que era bueno y si algo sale mal es que era malo. Mientras no se modifique esa visión utilitarista de los comportamientos, nada cambiará.

Sabemos también, por la espiral del silencio (la FSA no dice nada sobre esto), que una opinión no se formula de forma abierta hasta que no se conoce lo que el grupo piensa al respecto. Pues bien, en el centro del debate se encuentran las entidades demasiado grandes, que nadie gobierna realmente, ni desde dentro ni desde afuera, que generan comportamientos gregarios de aceptación entre todos los interesados y no se puede pensar que un mercado eficiente lo resolverá porque, en su comportamiento, el componente irracional es también muy alto.

Este es el debate real que en nuestro país no se aborda y que evitaría conclusiones inconsistentes y recomendaciones desatinadas. Como esa recurrente insistencia de algunos analistas en sostener que la solución para las cajas de ahorros a una crisis como la actual es cambiar su naturaleza. Bajo la perspectiva anterior, esa idea suena estrafalaria.

Es probable que esa sugerencia se realice por cierto temor a adentrarse en el debate técnico, más objetivo, y se opte por el moral, siempre más escurridizo. Hay que considerar que esos promotores de la idea pretenden descubrir algo bueno para las entidades a que se refieren, pero, como decía G. K. Chesterton, la palabra bueno tiene varios significados. Si un hombre le dispara a un amigo desde una distancia de 500 metros, cabría decir que es un buen tirador, pero no necesariamente una buena persona.

Empeñarse en decir a los demás qué han de hacer, sin valorar lo que ya están realizando, tiene el riesgo de incurrir en un defecto que expresaba George Bernard Shaw con un atinado humor: no hagas a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti. Tal vez tengan otros gustos. Por tanto, en el fondo estamos hablando de la libertad de elegir y no de restringir las posibilidades de elegir y, por eso, en el caso de las cajas, cabe preguntarse ¿y si día tras día los ciudadanos las prefieren, por qué la insistencia en decirles lo que es bueno para ellos? ¡Ellos ya lo saben!

Carlos Balado García. Director de obra social y relaciones institucionales de la CECA

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