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Columna
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Retos europeos

El debate electoral de estas últimas semanas, tanto en España como en otros países de la Unión, apenas ha abordado el impacto de la crisis y los retos que esta plantea para el futuro de Europa. Probablemente ello haya sido así por la dificultad de engarzar las necesarias políticas a aplicar con los poderes de un Parlamento Europeo, y de su ejecutivo, que se atisban con escasa capacidad para afrontarlos. Y, ciertamente, la ausencia de un ejecutivo con poderes fiscales comunes aparece, hoy, como uno de los principales problemas que afronta el proyecto europeo.

Pero sea cual sea la capacidad del futuro parlamento y del ejecutivo, y de aquel que emerja una vez el Tratado de Lisboa entre en vigor, lo cierto es que Europa se encuentra en una importante encrucijada. ¿Cuáles son los principales retos que debemos abordar los próximos años? De entre los más relevantes, merecen una atención especial los relativos a las condiciones de la salida de la crisis y los nuevos problemas que ésta ha planteado.

El primero, el impacto de la crisis sobre la locomotora alemana, mucho más substantivo de lo esperado, y cómo este negativo efecto va a drenar esfuerzos, capacidades y liderazgo alemán. Alemania se ha visto sorprendida por los estragos que el desplome del comercio mundial, subsiguiente a la quiebra de Lehman Brothers, ha provocado en su economía. La importante contracción del PIB alemán en 2009, y las débiles perspectivas que se anticipan para 2010, expresan que una parte del boom exportador que ha empujado su crecimiento estos últimos años dependía, en última instancia, de los excesos de otros países. El débil avance económico en la locomotora europea (representa cerca del 30% del PIB del área del euro) no es, ciertamente, una buena noticia para los próximos ejercicios.

Un segundo problema, más severo en el medio plazo, deriva de la acumulación de deuda pública. Incluso países con niveles de endeudamiento muy reducido al inicio de la crisis (Irlanda o Gran Bretaña), saldrán de ella con valores de deuda ubicados en el entorno del 100% del PIB. De esta forma, a mediados de la próxima década, el conjunto de la Unión Europea habrá efectuado un salto de escala en el peso de deuda pública, con importantes consecuencias en el medio plazo. No sólo porque la competencia por el ahorro privado va a empujar los tipos de interés al alza, y expulsará parte de la inversión productiva privada, sino porque, en un horizonte de tipos de interés alcista, aumentará la presión de la carga financiera de la deuda sobre los gastos públicos.

Además, el área del euro se enfrenta a los posibles problemas de servicio de la deuda pública por parte de algunos de los países con mayores problemas. De hecho, los mercados financieros exigen una prima de riesgo, sobre la deuda alemana, para adquirir deuda irlandesa o griega y, en menor medida, italiana o española. Una eventual crisis en el eslabón más problemático podría arrastrar otros países más sólidos y generar problemas para la estabilidad de la propia moneda común.

Adicionalmente, la exposición de la banca europea a los países emergentes (estimada en más de 4 billones de dólares, cerca del 80% del total mundial) y, en especial, a los del Este de Europa, con serios problemas para hacer frente a sus obligaciones, aparece como otra preocupante amenaza para la estabilidad financiera europea, y para el futuro del propio euro. Y el hecho que países como Austria, Suecia o Bélgica tengan préstamos al este que equivalen a elevadas proporciones de su PIB (un 80% para la primera y un 25% para Suecia y Bélgica) añade más elementos de riesgo.

La resolución final de la crisis financiera, en quinto lugar, va a lastrar el futuro europeo. Según el FMI, a finales de 2010 en Europa pueden haber aparecido del orden de 2 billones de dólares de activos tóxicos. Y aunque esa cifra puede acabar siendo menor, según como se desarrolle la crisis, las estimaciones alemanas sitúan su particular problema en el entorno de los 800.000 millones de euros, con una solución que, en el mejor de los casos, será de muy largo plazo.

Finalmente, la unidad europea se enfrenta a peligros adicionales, derivados de las políticas devaluatorias de algunos de sus miembros, y de la continuada escalada que se espera para el euro, en un contexto de debilidad del dólar. La competitividad-precio de la producción del área del euro se ha visto mermada por las importantes depreciaciones efectuadas por algunos de los miembros de la UE, con Gran Bretaña, Polonia, República Checa y Hungría en primer lugar. ¿Aparecerán nuevas voces, como sucedió en Italia hace un tiempo, reclamando la salida del euro para recuperar posiciones? Es un horizonte que, esperemos, no acabe dándose, pero la crisis lo ha acercado más de lo deseable.

Más allá de la salida de la situación actual, otros graves problemas amenazan nuestra querida Europa. Y no es el menor su progresivo envejecimiento, con una amplia secuela de consecuencias económicas, ninguna de las cuales es positiva. Pero este debate, como otros que están pendientes, se sitúa lastimosamente fuera del horizonte electoral.

Josep Oliver Alonso. Catedrático de Economía Aplicada. UAB.

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