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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Garantizar el futuro de General Motors y Opel

La fuerte recesión mundial ha supuesto la puntilla para la centenaria General Motors (GM). Sin embargo, los males del imperio automovilístico estadounidense vienen de lejos y ahora simplemente se ha puesto de manifiesto que el conglomerado es un gigante con pies de barro. GM acumula enormes pérdidas desde 2004 -62.000 millones de euros- y cuatro de sus ocho marcas no son viables dentro del grupo. Ayer, finalmente, se acogió al Capítulo 11 de la Ley de Quiebras de EE UU e inició su proceso de suspensión de pagos, el mayor en la historia de la industria mundial, del que ha quedado fuera la filial europea Opel. Lo positivo de esta medida es que, a diferencia de otras legislaciones concursales, la estadounidense es muy flexible y contribuye realmente a reflotar empresas en crisis. Baste como ejemplo que Chrysler, la tercera de EE UU tras GM y Ford, se prepara precisamente estos días para salir del concurso de acreedores tras su venta a Fiat.

La quiebra en EE UU puede ser parte de la solución para la supervivencia de compañías insolventes. Someterse a la tutela judicial no supone un estigma para las empresas y son muchas las que han salido fortalecidas tras pasar por este trance. El secreto estriba en el tiempo. Es probable que el proceso no dure más de tres meses. De ser así, es una lección para legislaciones como la española.

Sin embargo, la empresa tendrá que hacer sacrificios notables para sanearse. Su plan de reestructuración establece el cierre definitivo o temporal de 14 plantas, despidos en torno a los 21.000 trabajadores (un 10% de la plantilla), la supresión de la mitad de los concesionarios y deshacerse de cuatro de sus marcas: Pontiac -que desaparecerá-, Saturn, Hummer y la sueca Saab. Para su salvación, será nacionalizada. Contará con el apoyo del Gobierno de Barack Obama, que inyectará 30.100 millones de dólares -a sumar a otros 19.400 millones ya concedidos-, y del canadiense, que aportará otros 9.500 millones. En euros, en total unos 42.000 millones. Ambos Estados controlarán conjuntamente el 72,5% del capital de la nueva sociedad.

Se entiende que Opel quede fuera de la operación. Es políticamente difícil justificar que el dinero de los contribuyentes estadounidenses y canadienses sirva para salvar empleos europeos. Por tanto, la segregación de la marca europea viene a simplificar mucho las cosas.

Porque el sector del automóvil en EE UU padece un problema estructural desde hace años. La demanda ha evolucionado hacia modelos más pequeños y de menor consumo. Sin embargo, la industria estadounidense, con los tres gigantes de Detroit a la cabeza, no ha sabido adaptar su gama de productos a los importantes cambio del mercado. El resultado es que Toyota le arrebató el liderazgo mundial a GM en 2008, a la vez que la crisis mundial azotaba con más virulencia aún a los fabricantes de EE UU.

El problema de Opel, la hasta ahora filial europea, es muy distinto. La propietaria de la planta española de Figueruelas (Zaragoza), cuenta con una gama competitiva y tecnológicamente puntera, y su mal proviene de las angustias económicas de su matriz. La solución pactada para Opel con la entrada de la canadiense Magna y el banco ruso Sverbank es interesante a priori, pues se beneficiará de la tecnología de General Motors, pero ganará independencia financiera. Y también se evita, al menos de momento, que los Gobiernos europeos entren en el capital, ya que su intervención se limita a avalar a los nuevos accionistas. Magna, dedicado a la fabricación de componentes y no de coches, deberá ahora demostrar su capacidad de gestión.

El constructor europeo padece, al igual que sus competidores, un exceso de capacidad que sobrepasa la demanda del mercado, un problema que aminorará si, como parece, empieza a crecer en áreas nuevas como Rusia. Los expertos dan por hecho que pasarán varios años hasta que la demanda recobre cifras similares a las de 2007, por lo que es inevitable la reducción de capacidad productiva. En este sentido, es necesario que los principios competitivos prevalezcan sobre los intereses políticos nacionales, pues el objetivo es que Opel esté entre las grandes del mundo. De ser así, la planta aragonesa de Figueruelas parte con ventaja por su eficiencia y productividad. Sin embargo, al igual que General Motors, Opel en su conjunto tendrá que afrontar sacrificios para garantizar su supervivencia.

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