Un oscuro negocio que vale casi 600 veces España
Hay dos constantes en las grandes crisis financieras. Una es la avalancha de expertos que de repente revelan que ya veían venir la cosa desde hace mucho tiempo. La otra constante eterna es la del aluvión de reformas legislativas e iniciativas que garantizan que los desmanes no se volverán a repetir. Sucedió tras el crac de 1929 y otra vez ocurre ahora. La Casa Blanca anunció la semana pasada una reforma para poner puertas al campo de los mercados OTC (Over The Counter), un complejo negocio financiero que escapa a la teórica transparencia que prevalece en las plataformas organizadas de negociación. Consiste en un mundo de transacciones privadas, sin luz ni taquígrafos, con un volumen de negocio cifrado en 592 billones de dólares (casi 600 veces el PIB de España), según las estadísticas publicadas ayer por el Banco Internacional de Pagos (BIS, en sus siglas en inglés).
El negocio OTC es privado, no está abierto al común de los inversores. Sus transacciones se realizan de forma individualizada entre el comprador y el vendedor. No existen las mismas garantías de supervisión que dan los mercados organizados, ni tampoco las condiciones de liquidez, información y transparencia.
El secretario del Tesoro, Tim Geithner, quiere que sea la comisión del mercado de futuros de materias primas la que se encargue de vigilar el opaco universo de los derivados. Se desbarata así uno de los legados de la anterior Administración demócrata, la presidida por Bill Clinton, que en el año 2000 liberó de ataduras la actividad de este producto de inversión. Este negocio sin control está considerado ahora como uno de los principales responsables de la crisis, ya que la operativa en derivados se hace bajo el principio del apalancamiento. Es decir, invirtiendo un dinero que en realidad no se posee. Esta práctica multiplica hasta el infinito las ganancias y, cuando el viento cambia de dirección, también las pérdidas. La actividad en derivados no regulados estuvo a punto de llevar a la quiebra a la aseguradora estadounidense AIG, que tuvo que ser rescatada in extremis para evitar la debacle.
Ahora, en tiempos de vacas flacas, el negocio del también llamado mercado gris atraviesa horas bajas. Es la primera vez que el volumen de negocio cae desde que el BIS, que es el banco central de los bancos centrales, se dedica a recopilar datos (1998). El descenso es de sólo el 0,615% entre los datos de cierre de 2008 y los de 2007. Pero lo significativo es que la tendencia negativa se aceleró de forma muy llamativa en el segundo semestre del año pasado. El ajuste entre junio y diciembre de 2008 es del 13,4%.
Aún no se han publicado datos de 2009, ya que recopilar cifras en un mercado prácticamente telefónico es una tarea harto procelosa. En cualquier caso, el desplome en los distintos segmentos del negocio de derivados negociados OTC parece una huella viva de cómo evolucionó la crisis en 2008. La caída de las posiciones en materias primas, el petróleo es la más importante de todas, llegó en el segundo semestre a un 66,5%, en consonancia con el derrumbe de la cotización; el retroceso en derivados sobre acciones fue de nada menos que el 36,2% y los llamados credit default swaps (CDS) cayeron un 26,9%. Los CDS son contratos para cubrir el riesgo de impago de un emisor de bonos y fueron muy populares en otoño, cuando parecía que el cielo se abatía sobre la industria bancaria. Luego su estrella se fue apagando.
Hasta la fecha, el principal vigilante del mercado OTC era la Finra. Se trata de una asociación privada de intermediarios financieros cuyo origen es la NASD, fundada en 1939 como mecanismo de autocontrol. Pero todo sistema tiene sus fallas. Hasta hace bien poco, algunos miembros de la ahora denostada familia Madoff estaban en los comités de vigilancia y supervisión de la Finra.
No se trata de eliminar los mercados OTC, algo imposible e incluso dañino, sino de introducir ética y transparencia en el comportamiento de este negocio... el tiempo que dure.