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Tribuna
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Falacias descomunales

Definir la situación social es un rasgo de autoridad. En las personas dominantes se refleja en que ellas lo deciden todo. Suelen lograrlo hablando primero o siendo los primeros en decir lo que está sucediendo. Hay casos extremos de esta conducta, como el del hombre sentenciado injustamente a morir frente a un pelotón de fusilamiento, que estrechó la mano de cada uno de los soldados y, después, sin pestañear, les dio la orden de hacer fuego. Hemos podido leer y escuchar estos días casos extremos de esa tendencia dominante al categorizar en forma de invectivas, conjeturas y afirmaciones incongruentes del tipo: las cajas de ahorros son una anomalía.

El diccionario de la RAE define anomalía como irregularidad, anormalidad o falta de adecuación a lo que es habitual y también como la distancia angular del lugar verdadero o medio de un planeta a su afelio, vista desde el centro del Sol. Ni lo uno ni lo otro. Las cajas de ahorros son las entidades financieras más longevas de España y del resto del mundo.

Habría que dar por sentado que algunos especialistas en materia económica o jurídica dejarían a un lado sus prejuicios, tal como la ciencia enseña. Las acusaciones hay que probarlas, mientras que las negaciones no necesitan prueba alguna, ei incumbit probatio qui dicit, non qui negat. Muchos de los que pontifican sobre las cajas de ahorros no aportan pruebas, sólo levantan sospechas, que o bien responden a ignorancia o bien a malicia. Esto es pernicioso, J. K. Galbraith subrayó que para una entidad financiera, más grave que la falta de confianza es la sospecha permanente.

Estos días han resurgido falacias derivadas de claros prejuicios hacia las cajas. Todas resultan fáciles de catalogar, hecho que da idea de que son pensamientos poco elaborados. Por ejemplo, la afirmación de que las cajas crecieron indebidamente por la concesión de crédito al sector inmobiliario está afectada del sesgo por resultados, que es la tendencia a juzgar una decisión sin tener en cuenta el acierto de la misma cuando fue realizada.

El 90% del activo de las cajas de ahorros ha tenido como destino la financiación de la economía española. Se financiaron las actividades para las que había demanda, entre otras, las inmobiliarias. También aquí pesa mucho el sesgo de retrospectiva. Pasados los hechos parecen menos sujetos al azar que cuando ocurrieron. Ni empresas, ni particulares, ni instituciones quisieron dejar pasar aquella oportunidad. Hay que ser, por tanto, consecuentes.

Asimismo, han aparecido muchos analistas en el ámbito internacional anunciando negros presagios para las cajas. Desgraciadamente, ellos mismos no fueron capaces de ver cómo se abría el suelo bajo sus pies. Aparte de la escasa fiabilidad de esas previsiones, actúan aquí dos prejuicios: el sesgo de confirmación, buscar aquello que confirma nuestras creencias, y la profecía autocumplida, según la cual las personas mantienen expectativas sobre personas o grupos que les llevan a alterar su conducta y comportarse de acuerdo a dichas creencias.

Estos observadores generan la sospecha para poder decir después que fueron capaces de acertar con sus previsiones. Son ellos mismos quienes inducen a un comportamiento determinado con sus profecías. Luego afirman: siempre supe que iba a pasar; es el ya conocido sesgo de retrospectiva.

Por último, otros recomiendan convertir las cajas en sociedades anónimas. Es una antigua letanía, tan absurda como obstinada. ¿Cómo puede sostenerse aún tal afirmación, a la vista del grado de control que existía en los bancos internacionales, hoy nacionalizados, en todo el mundo? Aquí entra en juego el efecto Keinshorm, la predisposición a contradecir las ideas o formulaciones que otra persona juzga, porque no se simpatiza con ella.

Pero no hay que ser ingenuo. Esa falta de simpatía de quien nada puede demostrar ha crecido al mismo ritmo que lo ha hecho la cuota de mercado de las cajas y han encontrado imitadores en ciertos ámbitos internacionales interesados en desacreditar al país, aun después de que haya sido necesario inyectar a las entidades europeas, excepto a las españolas, cerca de tres billones de euros de fondos públicos. Habría que sumar los fondos aportados a las estadounidenses.

Las ideas no suelen imponerse por sí solas, necesitan de personas que las extiendan y que se coordinen entre ellas en ese trabajo. Por tanto, cabe preguntarse, ¿quién impulsa este debate sin pruebas?, ¿para qué?

El hecho evidente es que las cajas han pasado en un año de 54 millones de cuentas a 56 millones al cierre de 2008. Ahí está su fortaleza y su éxito. Son tan competitivas como el mercado pide y tan sociales como a los ciudadanos les gusta que sean. Este sí es un hecho probado. Quédese con su experiencia directa y téngalo en cuenta cuando escuche o lea a ese tipo de ilusionistas.

Carlos Balado García. Director de obra social y relaciones institucionales de la CECA.

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