Superar la tiranía del corto plazo
La situación que viven los mercados financieros internacionales desde hace más de un año ha desencadenado una crisis global cuya magnitud, duración e impacto sobre la economía y la sociedad tan solo parecen equiparables a la Depresión del 29. La confluencia de un conjunto de factores, que cristalizaron en la crisis de las hipotecas subprime, son sintomáticos del agotamiento de un modelo de crecimiento basado en una política sostenida de tipos de interés real bajos -incluso negativos- que permitió una liquidez extrema del sistema y, asociada a ella, un recurso excesivo al endeudamiento que, finalmente, ha actuado como elemento de distorsión entre el precio de los activos y su valor real.
En este contexto, hubo actores que sobredimensionaron la expectativa de un rápido retorno de sus inversiones, propiciado por la revalorización continuada de los activos que adquirían, dejando a un lado el análisis y el sentido de realidad, característicos de los modelos industriales en los que la expectativa se sitúa en el medio y largo plazo. A esto, además, se le sumaron otros indicadores de comportamiento volátil, como el coste de las materias primas y los alimentos, la relación de cambio euro-dólar y, en España y EE UU, la fuerte corrección en el sector inmobiliario y el lastre del déficit exterior, coadyuvantes todos ellos en esta deriva hacia la crisis mundial.
Establecido el diagnóstico y conocida la globalidad de su alcance, estamos en la etapa de las consecuencias y su gestión adecuada. No obstante, podemos constatar que la crisis económica y financiera actual no es simétrica, no todos llegamos igual a ella, no acabará al mismo tiempo para todos y los mecanismos de recuperación serán también diferentes en cada caso. Salir antes o después de la crisis dependerá de lo que cada uno de nosotros hagamos y de la voluntad colectiva de explicitar un diagnóstico y aplicar las medidas necesarias.
Las primeras estrategias de actuación globales impulsadas por los Gobiernos de todo el mundo han ido dirigidas a restablecer el normal funcionamiento del sistema, proveerlo de liquidez y aportar confianza sobre la solvencia de las entidades financieras. Parece clara la intención de introducir nuevos mecanismos para regular los mercados financieros y maximizar su transparencia. La labor de todos debe consistir ahora en consolidar una etapa marcada por una exigencia de realismo en las valoraciones de los activos -que conllevará una corrección de los excesos cometidos-; una exposición al riesgo razonable por parte del sistema financiero, que debe encontrar su álter ego natural en el compromiso de mayor capitalización de las empresas; y una demanda de transparencia en todas las fases del proceso, de modo que la trazabilidad de los riesgos asumidos y la responsabilidad sobre los mismos sea real y efectiva.
Porque es sólo sobre el perfil del riesgo compartido -deuda y capital- propio de los proyectos y modelos industriales sobre los que recuperaremos las bases de un crecimiento alejado de una cierta tiranía del corto plazo, que fundamenta sus expectativas en retornos que no son los derivados de los resultados de explotación o de los flujos de caja generados -reales y tangibles-, sino casi exclusivamente los del incremento esperado del valor de la acción o de los activos apalancados que han impulsado, al tiempo, un a veces equívoco efecto riqueza.
Durante unos años, los enfoques industriales quedaron relegados a un segundo plano, porque se instauró un modelo en el que la innovación y los productos financieros acabaron por perder su condición de medio para constituirse en un fin. Y así, se llegó a alimentar una espiral de operaciones altamente apalancadas, que tuvo su correlato en una espiral de valoraciones alejadas de los fundamentales que deberían haberlas justificado.
Sin embargo, no todos asumimos este modelo. Por ello, ahora, no todos tendremos que desandar el camino recorrido. Porque, si somos empresarios con un modelo industrial, debemos apostar por lo que sabemos hacer, por crecer y diversificar nuestros negocios y nuestro riesgo geográfico, sí, pero en aquello que conocemos y que, además, podemos gestionar creando valor en el medio y largo plazo. Llega la etapa -espero que para quedarse- en la que las estrategias de expansión y crecimiento van a depender más que nunca de los recursos propios y de la solidez y solvencia de una cuenta de resultados, creados con el valor añadido de la aportación empresarial, y menos del crédito y endeudamiento extremo.
Ahora es el momento de aunar esfuerzos y recursos, y de promover proyectos de colaboración público-privada, al constituirse estos en una herramienta estratégica para la competitividad de nuestras economías y países, sin tener que apelar, para la dotación de las infraestructuras, a recursos financieros públicos, en la actualidad más escasos que nunca y con prioridades presupuestarias más urgentes.
Isidro Fainé. Presidente de Abertis y de La Caixa