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A fondo

Más cerca del consenso y la cooperación

Más cerca del consenso y la cooperación
Más cerca del consenso y la cooperaciónCinco Días

Un amplio sector de los biólogos postula que la vida no conquistó el planeta por combate sino por cooperación y que el motor de la evolución hay que buscarlo más en las relaciones simbióticas que en las de competencia. Estas interacciones, basadas en la conciliación de intereses, consagran la dependencia mutua de los organismos y procuran el beneficio de todos ellos frente al viejo paradigma de Darwin de la ley del más fuerte. La recesión global, en la que se ha desembocado precisamente por el culto a la ambición individual, ofrece ahora una ocasión de oro para poner a prueba esta teoría, retomar la estabilidad y salir del atolladero con valores más solidarios. La profundidad de la crisis empieza a calar y los gobiernos de todo el mundo ya empiezan a admitir que sólo se saldrá de ella arrimando el hombro a nivel planetario, pero todavía queda trecho por recorrer según algunas voces. Es el caso del Nobel de Economía Paul Krugman, que no entiende cómo los líderes mundiales no han reparado todavía en la magnitud del problema. El economista estadounidense tiene claro que harán falta muchos más recursos públicos que los que se han puesto encima de la mesa hasta ahora y total coordinación de las reformas, pero augura que esta medicina no llegará hasta que la situación se vuelva aún más dramática, un aspecto que este experto da por hecho.

Pese a las dudas de los escépticos, el primer paso de este camino del todos a una podría darse en la próxima reunión del G-20, que deberá pasar de las palabras a los hechos para no defraudar las expectativas. Al menos sobre el papel, EE.UU y Europa han logrado acercar posiciones, lo que allana las posibilidades de actuación concertada. Confían en ello los principales líderes europeos, como se ha visto este fin de semana en la reunión preparatoria de la crucial cita del mes de abril, que ha minimizado las diferencias de criterio y ha puesto el acento en los preacuerdos alcanzados. El consenso podría lograrse en torno a la coordinación mundial de las medidas fiscales, como exige la Administración Obama, y también sobre la necesidad de fijar una regulación y supervisión de los mercados más eficaz, siguiendo las prioridades de los países europeos. En este campo el modelo a seguir será el español, que ha sabido proteger en mayor medida la estabilidad del sistema financiero. También invitan al optimismo el coto que empieza a ponerse a los paraísos fiscales y el acuerdo que parece aflorar sobre la reforma del FMI y el necesario control de los fondos de alto riesgo.

Si todo sale como se ha previsto, el FMI duplicará sus fondos hasta situarlos en 500.000 millones de dólares. Deben reforzarse asimismo sus poderes y los del Foro de Estabilidad financiera para controlar la aplicación de las reformas del sistema financiero internacional. Pero a pesar del optimismo oficial generado por estos acuerdos preliminares, las diferencias de fondo entre las dos orillas del Atlántico complicarán la concreción de los pactos, ya que EE UU no tiene un estado social que financiar y puede volcarse en mayor medida en las rebajas fiscales y en el gasto público. Los europeos, por su parte, temen que la deuda pública se desboque y ponen sus esperanzas en que unos marcos regulatorios claros y estrictos ayuden a devolver la confianza y la economía vuelva a tirar. Otra novedad que se abre paso en la UE, donde hasta ahora cada país ha debido hacerse cargo de sus problemas internos, es que la comunidad saldrá en auxilio del socio que no sea capaz de salir a flote, una medida que incomoda a Alemania. En cualquier caso, los países que representan el 80% de la economía mundial, reunidos en el G-20, acaban de comprometerse públicamente a 'adoptar cualquier acción que sea necesaria'.

Mientras la política planifica la salida del túnel, los expertos insisten en la exigencia de alcanzar pactos nacionales e internacionales y se atreven a dar recetas sobre las reformas más urgentes. La mayoría de los agentes entiende que no estamos ante una simple crisis financiera y económica, sino ante una crisis profunda de nuestra sociedad y de sus valores, como resalta un viejo profesor experto en finanzas que ha trabajado para distintas multinacionales. El déficit, siguiendo este razonamiento, ha sido de honradez y mientras no se afronte esta vía ética las soluciones estructurales quedarán lejos. Comparte este énfasis en la ausencia de los valores el ex presidente José María Aznar, que la pasada semana participó, junto al también ex presidente Felipe González y Paul Krugman, en un foro sobre la crisis celebrado en Sevilla por la patronal andaluza CEA. El ex líder del PP se apunta al lado de los optimistas y confía que España podrá superar este bache si emprende por consenso una ambiciosa agenda de reformas. Aunque su partido no va tan lejos, Aznar propone una profunda revisión del mercado laboral, rebajas de impuestos y nuevas privatizaciones, además de un drástico recorte del gasto público.

El Nobel de Economía Krugman sostiene que los gobiernos nacionales tienen poco que hacer para atajar esta sangría económica, al tiempo que dibuja un aterrador escenario económico para nuestro país, que según sus cálculos sufrirá una deflación de hasta el 15% y una recesión superior a un lustro porque sus precios y sueldos son insostenibles. En línea con el gobierno de su país, el economista norteamericano reclama más incentivos fiscales y no piensa que las soluciones milagrosas se hallen en el lado de la regulación. Krugman opina que las grandes empresas lograrán saltarse estas barreras gracias a los esfuerzos de sus titánicos bufetes de abogados, aunque sí ve posible desincentivar el apalancamiento, detonante de la crisis, por vía fiscal.

En lo que sí están de acuerdo expertos y políticos es en que hay que huir de la tentación de proteccionismo y sobrerregulación. Felipe González es de esta opinión. La política no ha causado esta crisis, pero será la que acabe con ella, vino a decir el ex presidente. Es decir, se expulsó a la política del funcionamiento del mercado y ahora se la reclama. En este contexto, son muchos los que consideran, entre ellos el ex presidente, un espectáculo lamentable que la oposición de cada país acuse al gobierno de turno de ser el causante del deterioro económico.

Parece, pues, que hay consenso en que ha llegado la hora de las relaciones simbióticas, de unas políticas globales que aparquen las luchas partidistas. Es momento por tanto de los pactos de estado para paliar los daños y de un nuevo contrato social en Europa y EE UU para evitar que esta crisis semejante a la del 29 acabe con sus mismos demoledores efectos. Sólo falta atinar.

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