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Columna
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El entusiasmo de la conversión

Estados Unidos está haciendo un gran esfuerzo para no nacionalizar la banca. æpermil;sta es la implicación de sus últimos planes para recapitalizar las enclenques instituciones financieras. Después de ver el pánico que generó la semana pasada la posibilidad de que se nacionalizase al Bank of America y a Citigroup, no sorprende que los accionistas se regocijen. Los contribuyentes, en cambio, pueden salir algo peor parados.

La Administración de Obama no planea inyectar patrimonio común en los bancos. En vez de ello, comprará acciones 'preferenciales convertibles obligatorias' a cualquier entidad financiera que suspenda un chequeo de salud. æpermil;stos controles empiezan esta semana. Las inyecciones de capital previas, que tenían la forma de sencillas acciones preferenciales, también pueden canjearse por las nuevas.

La idea es que este nuevo tipo de capital se convierta en acciones ordinarias sólo si el banco lo necesita. Puede que, aun así, el Gobierno acabe poseyendo parte importante de los bancos, pero está haciendo lo posible por evitarlo. Dados los peligros de la intromisión política, es verdad que la nacionalización debería ser una política de último recurso, no de primera instancia.

El carácter obligatorio de la conversión puede hacer pensar que caerá como un mazazo entre los accionistas. Pero eso parece poco probable -al menos si Tim Geithner se ciñe a lo que anunció a principios de mes-. El Secretario del Tesoro dijo entonces que el precio al que el nuevo capital se convertiría en acciones ordinarias sería el resultado de la aplicación de un modesto descuento al precio de las acciones del 9 de febrero.

El precio de los títulos de Citi fue ese día de 3,95 dólares, mientras que los del BofA fueron de 6,90. En ambos casos, es aproximadamente el doble de lo que costaban el pasado viernes. La conversión de la participación de 45.000 millones de dólares del Gobierno en cada banco a ese precio equivaldría a una disolución masiva para los accionistas ordinarios. EE UU acabaría poseyendo el 68% de Citi y el 51% del BofA. Pero si se acaba con el capital ordinario de los bancos, vender acciones a los contribuyentes al doble del precio del viernes parecerá un trato positivo. Por Hugo Dixon

Efectivo a centroeuropeos

Al final de la cumbre del fin de semana, los líderes de Alemania, Francia y el Reino Unido dejaron aparte sus diferencias para hacer un llamamiento común con el fin de que el FMI doble su fondo de emergencias, alcanzando así los 500.000 millones de dólares. El lunes, el machacado zloty polaco y el florín húngaro rebotaron fuertemente. Pero el esfuerzo por reflotar el Este va a ser largo y duro -requerirá el trabajo de años, no el de un fin de semana-.De los tres países, los problemas de Hungría son los que parecen más graves. El banco central mantuvo el lunes el tipo de interés al 9,5%. El déficit por cuenta corriente sobrepasa el 5% del PIB, su nivel de deuda pública les está penalizando y el PIB puede que se contraiga este año un 4%. El repliegue de los precios del sector inmobiliario amenaza con dar una valoración negativa a los propietarios de viviendas. Aún peor: los muchos que recibieron préstamos en euros o francos suizos verán como aumenta su deuda en florines, incluso si cae el valor de sus propiedades.Por su parte, en Polonia, la cuenta financiera externa anual es de unos 130.000 millones de dólares, tres veces más alta que la húngara. Pero la situación presupuestaria del país es mejor, y los tipos de interés están en torno a la mitad del nivel de colapso de Hungría. El gran problema es que más o menos la mitad de los préstamos domésticos han sido emitidos en euros. Los bancos, el 70% de los cuales está en manos extranjeras, serán fuertemente golpeados. Pero, igual que los polacos, los húngaros tienen pocas opciones aparte de esperar y resistir -y buscar ayudas en el extranjero-. Es probable que se las acabe suministrando el FMI.Con las mismas vulnerabilidades en la banca pero con un comercio y una situación presupuestaria mejores, la República Checa parece el más fuerte de los tres. Pero también ha abusado de los bancos extranjeros -y necesita repensar su futuro-.Muchos políticos centroeuropeos aún ven en la adopción del euro la solución de sus vulnerabilidades. Pero, tal y como demuestra Irlanda, el euro está lejos de ser una panacea. Fuertes flujos de capital en la moneda única alimentan excesos, mientras que un valor monetario rígido en los malos es un aliado para evitar que los sueldos perjudiquen la competitividad.El ajuste de la región, en términos económicos y políticos, tan sólo está empezando. Por Ian Campbell

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