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Columna
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Los problemas de la luz se resuelven a oscuras

Seguimos a vueltas con los recibos del suministro eléctrico. Las compañías han sido obligadas a facturar cada mes en lugar de hacerlo bimensualmente y además han conseguido desconcertar a los consumidores hasta el punto de que la Comisión Europea ha tomado cartas en el asunto.

Mientras, el ministro de Industria, Turismo y Comercio, Miguel Sebastián, competente en materia de energía, sigue adelante sus conversaciones con las compañías eléctricas para acordar la manera en que se resolverá la cantidad embalsada pendiente de pago que conocemos con el nombre de déficit tarifario, estimada en más de 17.000 millones de euros. El esquema de solución que ha trascendido incluye unas nuevas tarifas sociales, la electricidad de los pobres, a precios muy bonificados, a la que tendrán derecho quienes se encuentren por debajo de ciertos niveles de renta. Los expertos consideran que se trata de una chapuza en la que se rehúye el nuevo cálculo que debería hacerse de los costes de generación y el ajuste de lo que las eléctricas han ingresado de más como consecuencia de los llamados costes de transición a la competencia (CTC).

Una vez más queda de manifiesto el axioma de que los problemas de la luz se resuelven a oscuras. Es decir, que sólo cuando se hace la oscuridad, porque se interrumpe el fluido eléctrico y el público queda gravemente damnificado, se adoptan las decisiones de inversión que venían demorándose.

Claro que el lema de que los problemas de la luz se resuelven a oscuras también es de aplicación a la forma por completo opaca en que se establecen los acuerdos del ministerio con las compañías eléctricas, cuyas bases quedan fuera del escrutinio público. La situación raya en el absurdo porque la propia ley encomienda a la Comisión Nacional de Energía que formule unas recomendaciones sobre unas bases preceptivas que luego el Gobierno desautoriza sin modificar la norma que la CNE está forzada a aplicar. Estamos ante un mercado muy particular donde reina la confusión y la competencia brilla por su ausencia.

En efecto, sucede que nadie puede entrar a construir nuevas centrales nucleares y que sus actuales detentadores ocupan una posición de privilegio después de haber amortizado hace años sus instalaciones. Otro tanto cabe decir de las centrales hidráulicas, porque nadie puede ya proyectar nuevos embalses y las empresas que los explotan vieron prorrogadas por el Gobierno Aznar sus concesiones por 75 años adicionales.

En cuanto a las renovables, conviene saber que dependen de variables fuera de control. Ni los parques eólicos ni los huertos fotovoltaicos tienen garantizada su entrada en acción porque ni el viento puede hacerse soplar a voluntad ni el sol o los nublados están bajo nuestro control, mientras que la demanda tiene unas curvas horarias muy estrictas que ha de satisfacerse porque el consumidor en absoluto aceptaría quedar expuesto a eventualidades climáticas.

De manera que el aporte de las energías renovables, tan de agradecer por ser energías limpias y por el ahorro en gas y carbón que suponen, tienen que tener una alternativa de la misma cuantía cada vez mayor que puedan suministrar centrales obedientes, es decir, de ciclo combinado a base de gas y carbón que tomen el relevo siempre que sea necesario sin que el consumidor padezca en la recepción del suministro.

A todos nos entusiasman estas energías renovables que se presentan como el bálsamo de fierabrás y nos libran de las emisiones de CO2 o de los problemas de los residuos radiactivos pero ya han salido los paisajistas para poner sus objeciones. Nadie quiere que le falte la electricidad pero todos prefieren que esas contraindicaciones las padezcan otros.

Claro que para recibir la energía producida a distancia es preciso transportarla mediante las líneas de alta tensión, por las que el electrón viaja a la velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, y esos tendidos apoyados en torres metálicas tampoco gustan. Así que abrumados por la solidaridad instantánea del electrón y convencidos del principio de que los problemas de la luz se resuelven a oscuras, aquí tampoco se abre el debate energético pendiente. Continuará.

Miguel Ángel Aguilar; Periodista

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