Pirámides por aquí y por allá
El reciente escándalo financiero protagonizado por Bernard Madoff es sólo uno más de los muchos sucedidos a lo largo de los últimos dos siglos, subrayan los autores. Este nuevo caso es, en su opinión, una llamada a la responsabilidad a los supervisores de los mercados, a las entidades implicadas y a los propios ahorradores
Desde siempre, las altas rentabilidades han tentado a los ahorradores. Ya en el Madrid del siglo XIX, Baldomera Larra -la hija del famoso escritor Mariano José de Larra y casada con un médico de la Casa Real- pidió un día prestada una onza de oro a una vecina prometiéndole que, en un mes, le devolvería dos. Como honró su promesa y estaba dispuesta a renovarla, la vecina se lo contó a sus amistades, quienes acudieron presurosas para beneficiarse también del chollo. Dado que cumplía puntualmente con sus impositores, corría la voz, lo que hacía que más y más clientes acudiesen a ella, rogándole que aceptase sus ahorros. Así, las arcas se mantenían siempre a rebosar. Preguntada por la fórmula a través de la que conseguía tan magníficos resultados, doña Baldomera respondía: 'Ese es mi secreto pero algún día comprobaréis que es tan sencillo como el huevo de Colón'.
En los años veinte, un italiano, Carlo Ponzi, llega a Boston y decide publicar una revista especializada en comercio exterior. En su afán por divulgarla, envía una carta a un empresario español, informándole de la nueva publicación. æpermil;ste le contesta, adjuntándole un cupón de respuesta postal, que Ponzi podría canjear por los sellos norteamericanos necesarios para enviarle la revista. Cuál sería su sorpresa cuando acude a la oficina de correos local y le cambian el cupón que, en España, había costado el equivalente a un centavo de dólar por seis sellos de un centavo. Ni lento ni perezoso, Ponzi montó una empresa con el insigne nombre de Securities Exchange Company que prometía a los inversores un 50% de rentabilidad en el plazo de 90 días, que posteriormente redujo a 45. En unos pocos meses, era millonario y tenía un montón de agentes dedicados a captar nuevos ahorros, a cambio de generosas comisiones.
A principios de los ochenta, la señora Branca dos Santos estaba en boca de todos en Portugal. Miles de personas retiraban el dinero de sus cuentas bancarias para confiárselo a ella. La operativa que ofrecía tenía el encanto de las cosas simples: remuneraba el ahorro a tasas espectaculares, 10% mensual, siempre que el inversor trajese a otros.
La entrada permanente de nuevos clientes es un requisito imprescindible de cualquier pirámide: sin dinero fresco no es posible pagar las rentabilidades prometidas a los inversores más antiguos. En España se han sucedido varios montajes similares, tales como los promovidos por Muntadas Prim, Juan Sampere o Sofico décadas atrás o los más recientes impulsados por Gescartera o Fórum Filatélico. Sean cuales sean las características concretas del negocio propuesto, al final, el ahorrador pierde la totalidad de su dinero, mientras que quien articula el engaño, no siempre.
Los elementos esenciales para que un esquema piramidal no lo parezca son la apariencia de honorabilidad de su promotor y la creencia por parte de los inversores de que existe una vinculación entre sus aportaciones pasadas y las prestaciones actuales. El reciente fiasco protagonizado por Bernard Madoff reunía ambas características. Con fama de filántropo, el solo hecho que esta leyenda de Wall Street aceptara gestionar el patrimonio de alguien era un signo de distinción. Para lo segundo, Madoff contaba con un selecto grupo de colocadores que supuestamente escudriñaban en sus complejas estrategias de inversión. En la práctica, éstos poco y nada hacían, salvo cobrar unas jugosas comisiones.
En definitiva, el reciente escándalo financiero es uno más de los muchos sucedidos a lo largo de los últimos dos siglos. Las diferencias están en la magnitud de la estafa y que, entre las víctimas, se encuentran algunas de las familias más ricas del mundo. Todo ello pone de manifiesto la necesidad urgente de revisar tanto los mecanismos de supervisión de mercados -la SEC americana debe hacer un profundo examen de su calamitosa actuación en este caso-, como los procesos de decisión seguidos por los órganos de administración de las entidades implicadas en la distribución de productos financieros sofisticados. En esta ocasión, caben pocas dudas de que los máximos organismos corporativos han aceptado propuestas comerciales sin que las necesarias due diligence hubieran sido realizadas.
Pero la llamada a la responsabilidad también ha de llegar a los ahorradores. No es de recibo aceptar cláusulas del estilo de las firmadas con Madoff o sus distribuidores, donde el cliente renunciaba a saber qué se haría con su dinero o se comprometía a mantener en secreto la relación existente con el gestor. Tampoco parece razonable no cuestionar rentabilidades que se alejan de manera notoria y sistemática de las que prevalecen en los mercados. Ya lo dice el viejo aforismo castellano, 'cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía'.
Altina Sebastián / Sergio R. Torassa. Socios de Diagnóstico & Soluciones