Triunfalistas de la catástrofe
En España la propia desgracia se vive con verdadero triunfalismo y, si es avalada por la prensa extranjera, tanto mejor, asegura el autor. En su opinión, se impone menos beatería ante los foráneos, menos ingenuidad y más conocimiento de lo que cada uno se alivia quitando competidores de en medio
Es un fenómeno admirable la fruición y el entusiasmo, el triunfalismo, que genera en España la propia desgracia. Aparece renovado el afán de hozar que el desastre presentido suscita entre nosotros, el prestigio que sirve de aureola a los fracasos hispánicos. Todavía los mayores de la clase recordarán con qué tonos épicos hablaban ante los micrófonos quienes referían las vicisitudes de nuestra peseta, cuando su cotización descendente aumentaba las probabilidades de que fuera excluida del sistema monetario europeo. Aquello parecía la retransmisión de la final de la Copa de Europa de fútbol cuando la roja se impuso a sus adversarios alemanes. Estábamos a punto de despeñarnos y nos lo contaban como si estuvieran conectando en directo con la llegada del almirante Cristóbal Colón a las Indias equivocadas del Nuevo Mundo. Daban la impresión de que los oyentes también podían colaborar con sus esfuerzos a semejante daño y esperaban de la audiencia su decidida colaboración.
Primero se reclamó del Gobierno que hincara la rodilla y pronunciara la palabra crisis. Cuando lo hizo se le recriminó el retraso. Después se exigió la adopción de medidas y se quiso hacer del caso español, inserto en el tsunami general que afecta a todas las economías, una excepción separada. El modelo de nuestros liberal-nihilistas, los Estados Unidos de América, iba sumando quiebras, intervenciones, escándalos, estafas avaladas por Wall Street, paro, caída en picado de la industria automovilística, pero para nuestros analistas el problema no era ése sino el presidente Zapatero, conminado a comparecer en el Congreso de los Diputados, como único origen de nuestras dificultades. Llegaron las cifras del desempleo y estalló una ola de celebraciones. Por fin alcanzábamos una cifra récord a la que se añadían vaticinios de sucesivos empeoramientos. Cualquier intento de situar la realidad española en el contexto de la economía mundial era recibido con gritos de tongo.
Como en los antiguos vagones de la Renfe, quedaba prohibido asomarse al exterior. Sólo valía extasiarse con las informaciones o columnas aparecidas en la prensa extranjera cuando sus referencias a la economía española eran críticas o desfavorables en sus pronósticos. Ningún análisis sobre su procedencia o sus particulares intereses era aceptado. Volvíamos a las actitudes de los tiempos de la censura y las consignas cuando la prensa extranjera era la única ante la que la dictadura se sentía emplazada. Porque si bien el preámbulo de los Principios Fundamentales del Movimiento empezaba afirmando: 'Yo, Francisco Franco, caudillo de España, responsable ante Dios y ante la Historia', en la práctica el autócrata acababa respondiendo también ante la prensa extranjera, habida cuenta de que la de aquí permanecía amordazada y sólo expresaba mugidos de adhesión, sin los cuales su existencia se hacía imposible, como se comprobó con el cierre del diario Madrid en fecha tan distante de los avatares bélicos como el 25 de noviembre de 1971.
Todavía en días muy recientes la decisión de rebajar la calificación de nuestra deuda pública que anunció Standard & Poor's fue recibida con indecible alborozo e incorporada a los argumentarios del Partido Popular que sirven de estribo a los tertulianos más adictos. Todo ello como si las agencias de calificación, después del espectáculo que han dado con su comportamiento errático y mercenario, fueran una referencia válida y estuvieran en condiciones de pedir cuentas en vez de obligadas a darlas ante todos aquellos que les ofrecieron confianza y fueron llevados al precipicio, donde vieron evaporadas sus inversiones en papeles envueltos en triple A. Nos quieren vender la mula ciega como si estas calificaciones fueran dictadas por los santos inocentes en lugar de estar trufadas de intereses opacos que los periodistas deberían empeñarse en explicitar.
Por eso un buen amigo periodista explicaba en el programa Hora 25 de la Cadena SER, que dirige æeuro;ngels Barceló, cómo en los antiguos exámenes de ingreso de la Escuela de Arquitectura, cuando llegaba la prueba del dibujo lavado, prolongada en sesiones a lo largo de varias jornadas, si alguno de los examinandos sufría un percance al principio intentaba avivarse para recomenzar en un nuevo pliego de papel Guarro, pero si el accidente sucedía sin tiempo útil para recomenzar, en el aula se escuchaba el grito unánime de '¡uno menos!', expresión del general alivio porque los que habían de ingresar eran numerus clausus. Así que menos beatería ante los foráneos, menos ingenuidad y más conocimiento del terreno y de lo que cada uno se alivia quitando competidores de en medio. Vale.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista