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Hacia un nuevo orden financiero
Tribuna
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Recesión y países pobres: aunar moral e intereses

Los países desarrollados han movilizado más de dos billones de euros durante las últimas semanas con el fin de apagar las llamas y rescatar el sistema financiero internacional. Se tenía que hacer. Pero esos mismos países a duras penas encuentran 100.000 millones de euros para ayuda al desarrollo con el objetivo de luchar contra la pobreza extrema y salvar vidas humanas. Está desigualdad es moralmente inaceptable. Y es al mismo tiempo políticamente peligrosa.

La movilización sin precedentes de dirigentes de todo el mundo con el fin de sanear y controlar el capitalismo financiero internacional no puede acabar ahí. Ya que otras crisis más dramáticas están en ciernes. La miseria que afecta a dos tercios de la población mundial y el cambio climático son una amenaza al futuro de la humanidad y del planeta, y están más cerca de lo que imaginamos.

Nunca antes las diferencias de riqueza y las desigualdades habían sido tan grandes. El 10% de la población mundial concentra más del 80% de la riqueza, mientras que la mitad más pobre apenas entre un 1% y un 2%. Tales desequilibrios socioeconómicos no son sostenibles y ponen en peligro la estabilidad y la seguridad mundial.

La insoportable ironía de la crisis financiera actual es que los países en desarrollo, que no son de ningún modo responsables, van a sufrir las consecuencias, con una escasez global de créditos, la ralentización de los flujos de inversión extranjeros y la bajada de la cotización de las materias primas. En efecto, está previsto que el crecimiento africano continúe en 2009 a un ritmo del 4% al 5% pero esto significa una bajada del 2% respecto a 2008. Ahora bien, cada punto de crecimiento perdido significa un gran retroceso en la lucha contra la pobreza y una catástrofe humana para los países del Sur.

Este panorama oscuro se presenta en un momento en el que los países pobres han agotado gran parte de sus fondos públicos para hacer frente desde hace más de un año al doble lastre de la subida de los precios del petróleo y de los alimentos. La extraordinaria fuerza de los pobres para sobrevivir y creer en un futuro mejor es una lección de valentía formidable. Pero no se debe olvidar que la miseria es el campo de cultivo del desamparo y la violencia. Los disturbios ocasionados a causa del hambre a principios de año en numerosos países son un serio aviso. ¿Y cómo no ver en la determinación imposible de doblegar de los inmigrantes ilegales que intentan llegar a nuestras costas jugándose la vida la desesperación espantosa de los que no tienen nada que perder?

Sí está claro que los países en desarrollo tienen que asumir su parte de responsabilidad en el desarrollo, empezando por la buena gobernanza y la transparencia en la gestión de los fondos públicos, los países desarrollados, ahora más que nunca, no pueden eludir sus responsabilidades en materia de ayuda pública al desarrollo.

Sin embargo, las noticias sobre esta cuestión no son nada tranquilizadoras. En el contexto actual de rigor presupuestario, es fácil que los recortes afecten a los presupuestos de ayuda al desarrollo. El retraso por parte de los Gobiernos de los 27 países de la Unión Europea en la adopción de la propuesta de la Comisión de un fondo de mil millones de euros para reforzar la seguridad alimentaria en los países en desarrollo es un síntoma de esta situación, pero muy difícil de comprender en un momento en el que cerca de mil millones de seres humanos sufren hambre y el número ha aumentado en casi cien millones en el transcurso del último año.

Es urgente actuar. La crisis actual tiene que ser la ocasión para poner en marcha las medidas oportunas de una gobernanza mundial que afronte los desafíos del desarrollo. La próxima cumbre mundial sobre la crisis financiera podría ser la ocasión para transmitir un mensaje contundente, facilitando la plena participación de los países en desarrollo en la reforma de las instituciones financieras internacionales, tanto a nivel de su representación como de su función.

Las medidas en materia de gobernanza mundial deberían abordar asimismo la cuestión de las fuentes innovadoras de financiación del desarrollo y, en este sentido, deberían reconsiderar la idea de un impuesto internacional sobre las operaciones bursátiles (impuesto Tobin) destinado al desarrollo. Sería reconciliar la moral con los intereses. Otra medida internacional podría consistir en fomentar, a través de una regulación y una fiscalidad atrayentes, la inversión de capital en social business (proyectos empresariales de carácter social), que a partir de las experiencias de los microcréditos permitiría luchar de forma eficaz contra la pobreza.

En suma, se trata de volver a dar un nuevo sentido a la globalización y para que el capitalismo se convierta en un instrumento de libertad y emancipación, al servicio de una prosperidad duradera y compartida. En el siglo XXI, esto precisa un mayor control del mercado por el Estado, a escala de una gobernanza mundial. Se nos presenta una oportunidad histórica para hacerlo. No la perdamos.

Louis Michel / Josep Borrell. Michel es comisario europeo de Desarrollo y Ayuda Humanitaria y Borrell es presidente de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo

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