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Cuando el Congo era belga

Hoy, 15 de noviembre, hace 100 años que el Congo pasó a formar parte de Bélgica y dejó de ser una propiedad privada del rey de los belgas Leopoldo II. La efeméride coincide con la primera reunión del G-20 a ivel de primeros ministros, una cita que revela la emergencia de un nuevo orden mundial post-postcolonial del que, sin embargo, siguen ausentes los países africanos.

Sudáfrica es el único país africano representado en la cita de Washington a pesar de que en ese continente se encuentran gran parte de los recursos naturales imprescindibles para el desarrollo de la UE, EE UU, Japón, China, India o Corea.

La carrera por las materias primas necesarias para los teléfonos móviles (tántalo), las pilas (cobalto o litio) o los aviones (rutenio) no es menos feroz que el rastreo de diamantes en el siglo XIX, como muestra un reciente documento de la Comisión Europea. Y el centenario de la fallida integración en Bélgica del Congo, el país más grande de África y uno de los más ricos del mundo en recursos naturales (oro, diamantes, uranio, cobalto, etc.), recuerda que el saqueo de las potencias coloniales y postcoloniales deja una indeleble marca de sufrimiento y subdesarrollo en los países afectados (The New York Times publica hoy precisamente el primer reportaje de una serie dedicada a examinar el papel de los recursos naturales como espoleta para los conflictos en África. El primer capítulo, claro, es sobre el Congo).

Cuando el Congo llegó a la independencia en 1960 sólo había 420 estudiantes africanos en las dos universidades fundadas en el país sólo seis años antes. Como recuerda hoy el historiador Guy Vanthemsche en la prensa belga, el país echó a andar (o a trastabillar, más bien) sin élite política ni intelectual, con una deuda enorme, una población urbana en eclosión y una agricultura abandonada. Medio siglo después, la zona continúa sumida en guerras internas o con países vecinos, como el actual conflicto en Kivu del norte.

Mientras el rebelde congolés Laurent Nkunda (entrevistado esta semana por varios medios internacionales) lidera la última rebelión contra Kinsasha, en Washington se intenta reformar el mercado financiero donde futuros y derivados deciden el precio de las materias primas de África. Y el país de donde EE UU sacó gran parte del uranio para las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki continúa al borde de una explosión provocada por la miseria.

Foto: obra mostrada en el museo De Young, de San Francisco (EE UU) (Bmr, 2008).

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