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Columna
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Deuda y déficit público: los márgenes necesarios

Las cuentas públicas para 2009 se presentaron. Y se han acumulado los análisis sobre los aumentos y caídas en sus partidas de ingreso y gasto. Por ello, no voy a aburrir al lector con una nueva lectura sobre esas cifras, aunque a algunas de ellas es necesario remitirse. Me parece que, en el contexto de lo que está lloviendo, es más oportuno elevar la mirada, más allá de 2009, y contemplar estos Presupuestos, y los de los años anteriores, en una perspectiva temporal más dilatada.

Hablemos primero de deuda pública. No deja de sorprenderme que el bajo nivel de nuestra deuda pública merezca tan escasos comentarios, en especial dada la posible necesidad de que el Estado intervenga para ampliar la liquidez de la economía.

Sitúese el lector en 1992, cuando estalló la crisis anterior en aquel septiembre negro. Tras unos largos años de bonanza (1985-1992), nuestra deuda pública había explotado, desde un valor contenido en 1985 (inferior al 30% del PIB) a más del 50% en 1992. Y con el formidable deterioro de la actividad, e importante caída del empleo (destrucción de cerca de 1 millón de puestos de trabajo en 1993 sobre una población ocupada de unos 13 millones), la deuda continuó su imparable ascenso: en 1995 se había encaramado por encima del 70% del PIB.

Esta nueva crisis nos coge en una situación mucho más favorable. Y ahí han ayudado tanto los Gobiernos del PP como los del PSOE: en 2004 la deuda había caído al 46,2% del PIB y la previsión para 2008 la sitúa en 36,8%, una cifra muy alejada de la media de la Unión Europea (cerca del 60%) o la de algunos países, como Italia o Bélgica, que continúan superando el 100%.

Quizás es el sentimiento de inferioridad de los españoles, quizás un exceso de autocrítica vinculado al mismo. O, quizás, es incomprensión. Pero para cualquier analista desapasionado, el bajo nivel de nuestra deuda pública es, hoy por hoy, un activo que ya quisieran para sí otros. Y ello, porque si la situación se complica más, Dios no lo quiera, el Estado tiene un amplio margen de endeudamiento, aunque sea con una prima de riesgo más elevada que la de hace unos meses.

Y, en segundo lugar, hablemos del déficit. Comparto la opinión mayoritaria acerca de un valor final en 2009 que será superior al previsto. Una mayor caída del mercado de trabajo y de la actividad, más que previsibles, lo elevarán. Y si este deterioro lleva al país, aunque sea sólo unos trimestres, a la recesión técnica, es difícil imaginar que pueda mantenerse el 1,9% estimado.

Pero los déficits están ahí para cuando las dificultades aparezcan. Y, de nuevo, en esta importante variable, España se encuentra mejor preparada que el resto de la Unión Europea. Y, para muestra, el botón de los apuros por los que está transitando el señor Gordon Brown, con una economía entrando en recesión y un sector público que, en los felices años de la expansión, estaba en números rojos. Por no hablar de las finanzas públicas de Francia, Italia o, incluso, de Alemania.

Es difícil imaginar, a la luz de las posibilidades presupuestarias, que los grandes ejes de las cuentas públicas para 2009 puedan ser objeto de apasionado debate. Que los sectores más desfavorecidos tengan una cierta prima en este Presupuesto es de justicia. Y, desde un punto de vista económico, dada su más elevada propensión al consumo, esa prima ayuda a la expansión del gasto familiar.

Que también la tengan las infraestructuras y el gasto en I+D+i, continuando anteriores opciones gubernamentales, es algo en lo que todos estamos de acuerdo. Los cambios en el modelo productivo tienen lugar en el largo plazo y, por ello, no se debe frenar este gasto. Finalmente, tampoco es discutible que se introduzca austeridad.

En las actuales circunstancias, no creo que otro Gobierno pudiera presentar otros presupuestos. Solbes y su equipo se guardan parte del arsenal disponible, en forma de un mayor déficit público, a la espera de resultados.

Porque quizás el área del euro, tal y como pronosticaba hace pocos días el BCE, comience una cierta recuperación a finales de año, que se consolide en 2009. Quizás la caída del precio del petróleo ayude a los atribulados consumidores a recuperar parte de su poder adquisitivo. Quizás el BCE, a la luz del descenso de la inflación, atienda las peticiones que se alzan por doquier y reduzca los tipos de interés. Quizás el euro mantenga su tendencia bajista, ayudando al sector exportador. Quizás, finalmente, tras todo lo acaecido en este septiembre pavoroso, la crisis financiera se estabilice y los mercados de crédito recuperen algo su normalidad. O, si más no, la de principios del pasado verano.

Pero si nada de eso acontece. Si todos los dioses se conjuran en contra, y esas esperanzas no se consolidan, bueno es que el Gobierno tenga margen. Y, para bien de todos, el trabajo hecho estos últimos 10 años le permite tenerlo. Esperemos que no necesite usarlo.

Josep Oliver Alonso. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona

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