Cuatro siglos de prácticas dudosas
Fernando Martínez - 25/09/2008
Momentos tan dramáticos como éste, con el sistema financiero mundial averiándose un poco más a cada fracción de segundo, incrementan la sensación de sentido circular de la vida. Sólo en el último siglo, se puede encontrar un rosario de hecatombes, que se abatieron sobre el sistema cuando se pregonaba el advenimiento de una era de ganancias eternas: el crac de 1929; el shock petrolero de los setenta; la agonía económica japonesa en los noventa, o la célebre burbuja tecnológica. Suele ser después de que el daño esté hecho, cuando se corre a tomar las medidas que podrían haberlo remediado.
Dentro del complejo universo financiero, los reguladores quieren poner coto ahora a una antiquísima estrategia. Es el short selling o ventas a corto. Básicamente, consiste en apostar por la caída de un valor. Eso se puede conseguir pidiendo prestadas las acciones, vendiéndolas y recomprándolas cuando hayan caído, o bien con futuros y opciones. Primero EE UU prohibió temporalmente el short selling, y después le han secundado los demás supervisores. España obliga a revelar las posiciones bajistas mayores del 0,25% del capital social admitido a negociación de una lista de 20 valores.
No es algo precisamente nuevo. La primera vez que se prohibieron las ventas a corto fue en 1610, sobre la primera compañía cotizada de la historia, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, lo que demuestra que el mal ya está presente desde el origen. La compañía fue en su tiempo un verdadero coloso empresarial, sólido como una roca, pero que no pudo evitar la quiebra ¿Les suena de algo? Eso sí, dejó detrás un track record con un dividendo medio anual del 18% durante más de 200 años. Durante los últimos cuatro siglos, el short selling ha sido puntualmente prohibido o demonizado en cada gran crisis. Así lo hicieron Hoover en 1932; Reagan en 1987, o el Gobierno de Malaysia en 1997. Dándole la vuelta a una clásica recomendación bursátil: errores pasados no garantizan aciertos futuros.