'Una crisis implica un revés y una oportunidad'
Acaba de publicar §La buena vida§ (Aguilar),uncantoa lo bello que es vivir, a la necesidad de recuperar palabras como la ternura, el amor y el afecto.Y reclama que todo esto se aplique a todas las esferas, incluido el trabajo
Su primer libro, La buena suerte, que escribió a medias con Fernando Trías de Bes, ha sido traducido a 38 idiomas y asegura Álex Rovira, barcelonés, de 39 años, que en Japón sigue siendo un éxito. Es también coordinador de una colección de la editorial Aguilar que lleva su nombre y en la que se publican ensayos, relatos y libros de empresa. Se ha convertido en uno de los conferenciantes más reclamados en el panorama empresarial.
¿De dónde procede la esencia de La buena vida?
respuesta. Nace de una investigación que nutrió La buena suerte, donde se combinan elementos de psicología, filosofía y sociología. Cada investigación que realizo la traslado a la calle. En este caso pregunté a la gente si se consideraba afortunada o desafortunada. Los segundos tenían motivos para justificar esa sensación. Habían pasado por enfermedades, dificultades económicas y rupturas sentimentales, lo que te conduce a la conclusión de que la salud, el dinero y el amor es lo fundamental en la vida. Entre los que se consideraban afortunados había situaciones tan sangrantes o más que en el caso de los desafortunados, pero observé que, con independencia de esas lecturas, encontraban un sentido a lo que les había ocurrido.
Habían visto el lado positivo a la desgracia.
Habían sacado conclusiones interesantes. Por ejemplo, una persona que había roto con su pareja se alegraba porque de esa manera había conocido a otra persona, con la que le iba bien. El concepto de la buena vida está ligado a que merece la pena vivirla porque es bella si le pones la bondad y la belleza. Si acepto la dualidad y asumo que la vida me va a traer reveses, la voy a disfrutar mucho más. Me gusta moverme en la línea de Viktor Frankl superviviente de Auschwitz y autor del ensayo El hombre en busca de sentido, e intento, a partir de la observación, ver qué circunstancias acabamos obviando, qué es lo que nos acompaña y a qué no le damos valor. Por eso me gusta hablar de gratitud, voluntad, esfuerzo y ternura. La acción te lleva a la emoción, a decir esto ya me lo sé, ahora tengo que ver cómo lo aplico.
¿Tenemos tiempo para reflexionar sobre estos temas?
Tiempo hay de sobra, lo importante es saber si queremos obtenerlo. En Occidente dedicamos cuatro horas al día a ver la televisión, lo que supone 28 horas a la semana, pero si tenemos en cuenta que leemos 250 palabras por minuto, con 14 horas de lectura a la semana nuestro nivel de formación cambiaría en un año. Los cambios llegan por convicción o por compulsión. Las crisis te abren los ojos porque no te queda más remedio, te llevan a reinventarte. La paradoja suele ocurrir con la gente bien formada que tiene competencias en la gestión y que tiene escasa o nula alfabetización emocional. Lo que hay que recuperar es la filosofía para aplicarla a la vida cotidiana. No todo es solucionable, pero abrir la conversación nos puede ayudar no a evitar, pero sí a gestionar el problema. No hay nada garantizado.
Con la actual crisis económica que estamos viviendo, ¿hay lugar para el optimismo?
Crisis hemos tenido siempre y vamos seguir teniéndola, porque un crecimiento ilimitado no se puede aguantar. Se trata de llegar a un punto de inflexión, un nuevo escenario para la meditación profunda sobre las situaciones dificultosas. Una crisis supone un revés, pero también una oportunidad. Con la actual crisis económica tendremos que reinventarnos, ver dónde queremos poner el eje de nuestras inversiones. A nivel individual, el valor está en saber cultivar el optimismo. Siempre se ha creído que la lucidez está ligada con el pesimismo, con el nihilismo, y el optimismo con la banalidad y la frivolidad. Yo reivindico el optimismo porque la vinculación al pesimismo te lleva a la holgazanería. El optimista trabaja un diagnóstico y no puede perder la esperanza.
Algunos dicen que es una ingenuidad.
¿Por qué es una ingenuidad? La obligación de un padre es decirle a su hijo que va a aprobar, y para ello tiene que animarle a estudiar, a hacerlo juntos. Es el efecto Pigmalión. Muchos creen erróneamente que la filosofía del pesimismo es fuente de inteligencia. Yo reivindico a Spinoza frente a Descartes, ya que el cerebro funciona como una unidad. No renuncio a la esperanza de elegir nuestra propia actitud. Si perdemos esa capacidad, lo perderemos todo.
Usted se ha convertido en uno de los escritores más vendidos en todo el mundo, ¿el éxito abruma?
La verdad es que el éxito me genera, por un lado, una gran perplejidad, pero también una enorme gratitud. Por ello, con uno de mis libros, Palabras que curan, destinamos todos los derechos a dos organizaciones no gubernamentales, a Sonrisas de Bombay y a El Ciprés, esta última gestionada por Cáritas. Una organización es laica, la otra religiosa; una internacional, la otra local; una colabora con niños y otra con adultos. Intenté buscar un equilibrio en la selección de estas asociaciones. Con ello, he querido devolverle a la sociedad una parte de lo que me ha dado a mí. Cuando publicamos La buena suerte no imaginaba el impacto que iba a tener. Es un cuento infantil.
¿El mundo de los niños es fácilmente aplicable al de los adultos?
Hans Christian Andersen decía que escribía para que los niños se durmieran y para que los adultos se despertaran. La buena suerte surgió durante una conversación que tuve con Fernando se refiere a su coautor Fernando Trías de Bes, a raíz de un comentario de mi hija que decía que tenía mala suerte. Mi receta para hacer un libro como ése es leer 200 ensayos de psicología y otros tantos de filosofía para luego extraer lo obvio, que es lo que será obviado. No me considero escritor, ya que lo que intento transmitir siempre es un mensaje. Me fascina la pedagogía, hacer comprensible lo que es complejo.
¿Cuál es la asignatura pendiente de los gestores de empresas?
No sólo en los gestores, sino también la sociedad en general, el tema pendiente es el avance del humanismo, cómo aplicar el puro sentido común, lo mismo que decían Platón, Epicúreo, filósofos de cuyas fuentes beben algunos best sellers actuales.
¿Cómo se definiría?
Me defino como psiconomista. Yo quería estudiar psicología y filosofía, pero pedí un préstamo para estudiar Económicas y Empresariales en Esade y me desvié de mi camino. Cuando empecé a trabajar con las empresas me di cuenta de las grandes carencias que había en la gestión de personas. El próximo libro, en el que ya estoy trabajando, va sobre el tema de la psiconomía, o lo que es lo mismo, la gestión del alma. ¿Cómo gestionar desde la moral a la gestión el talento? Hay que hacer una gran alfabetización en estos temas porque, en caso contrario, nos va a ir muy mal. No existe una dicotomía entre la vida personal y la profesional.
Algunos expertos aseguran que conviene separarlas.
Se trata de gestionar bien nuestra vida en general, ya que nuestro trabajo forma parte también de nuestra persona y complementa a nuestra vida personal. Hay que empezar a hablar de respeto, del valor de la dignidad, y aplicarlo. En estos momentos, no me imagino a un jefe preguntándole a la gente que trabaja en su empresa si está triste, pero sí que me lo puedo imaginar interesándose por su momento personal. Es bueno hacer uso de la palabra y del tiempo para buscar la creatividad. Todo depende de la voluntad del gestor.
Pero en los últimos tiempos ha habido una apertura hacia estos temas y los ejecutivos están, o dicen estar, más familiarizados con los temas emocionales.
Hay una apertura a estos temas porque existe una necesidad, pero estamos a menos del 1% de lo que tiene que estar. Estas disciplinas deben tratarse desde el comienzo de la educación de la persona porque el conocimiento técnico se puede incorporar fácilmente, pero la gran dificultad está en saber gestionar a las personas.
¿Por qué cree que hay tanto recelo a abordar estos asuntos?
Creo que fundamentalmente es por pudor, por miedo, pero es un gran frente que tenemos abierto y que hay que solucionar. Hemos de preocuparnos por las emociones, por los sentimientos, pero de una manera abierta, sin complejos de ningún tipo, interesarnos por los que tenemos alrededor. De ello dependerá el éxito de las organizaciones y de nosotros como personas. No podemos permanecer ajenos a lo que les sucede a otros.
¿Le queda tiempo para impartir la docencia?
En estos momentos doy pocas clases, pero sigo impartiendo formación. Si antes daba 80 horas de clase a la semana, ahora ofrezco 20 horas al mes dentro de un entorno puramente académico y básicamente en Esade. Lo que sí tengo es una gran demanda de conferencias, y eso me obliga a estar constantemente leyendo, investigando, creando nuevo material, porque odio repetirme. Necesito ir avanzando, explorando nuevas teorías. Estoy interesado en la micropsiconomía aplicada a la gestión del talento, que es una asignatura que se imparte en Universidad Sigmund Freud, en Viena, y aquí no ha sido explorada. Existen nuevas disciplinas que suponen la integración de diferentes universos de pensamiento necesario para la innovación.
'De todas las experiencias se aprende una lección'
Tiene en circulación su sexto libro. Antes fueron La brújula interior, La buena suerte, Los siete poderes, El laberinto de la felicidad (junto a Francesc Miralles), Las palabras que curan y, ahora, La buena vida. 'En esta obra no me muevo en el discurso del que tiene la autoridad y puede con todo, sino que mantengo la teoría de que la vida es difícil', asegura Álex Rovira. A pesar de las circunstancias personales, 'de los momentos de sufrimiento que hay, te das cuenta de que, al final, de todo se aprende'. Cita a Freud para decir que 'he tenido suerte en la vida, nada me ha sido fácil'.Rovira se define como un apasionado, que se crece en la adversidad. 'De todas las experiencias, por muy amargas que sean, siempre hay un aprendizaje y una lección que se aprende. Yo he tenido suerte en la vida, pero la felicidad se alcanza con pequeños pellizcos'.