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Tribuna
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El rinoceronte nos alcanza

La contemplación, alejado de las luchas partidistas, y desde la sociedad, del debate sobre la crisis económica, no puede dejar de provocar una intensa melancolía. ¿Cómo es posible que nos hayamos instalado en una dinámica en la que lo más importante no es el debate acerca de las medidas a adoptar para afrontar la crisis, sino si se pronuncia o no la palabra crisis? ¿Qué falta de respeto a los ciudadanos es este rifirrafe absurdo, en el que el foco de atención se dirige, ante todo, a si el presidente del Gobierno usa la palabra crisis para hablar de la crisis?

Cualquier observador foráneo no saldría de su asombro. Un Gobierno instalado en los más viejos tics del franquismo (lo urgente es esperar; solo hay dos tipos de problemas, los que no tienen solución y los que se solucionan solos, etc.); una oposición que tiene que estar más pendiente de las trampas dialécticas a sortear que de las cuestiones de fondo; unos sindicatos instalados en una confortable concertación y que no pasan de algún travieso pellizquito de monja; un mundo empresarial carente del impulso necesario para liderar la reacción de una sociedad adormecida, y, mientras tanto, el rinoceronte que nos está dando alcance.

Cuento lo del rinoceronte. En los años 80, invitado por una asociación científica argentina, asistía a la sesión inaugural de una jornadas sobre la crisis y las reformas, cuando el presidente de la asociación, para caricaturizar el debate del momento (sobre todo la postura de quienes se negaban a aceptar la gravedad de la situación), contó el chiste del andaluz que, en una cacería africana, habiendo errado el tiro, se vio perseguido por un furioso rinoceronte. Emprendió una veloz carrera para huir de la bestia, volviendo continuamente la vista atrás para comprobar las distancias, hasta que, exhausto, dejó de mirar atrás y de correr, y caminando tranquilamente se repetía en voz alta: 'para mí que los rinocerontes no existen'.

Saldremos de la crisis si somos capaces de identificar e instrumentar las medidas oportunas

El rinoceronte existe y nos está dando alcance. Cierto que el pesimismo no crea puestos de trabajo, pero el vacuo optimismo sin fundamento tampoco. Aparte de que los términos optimista y pesimista se están utilizando mal: tienen sentido para definir las actitudes hacia el futuro, no a la hora de identificar la situación presente. En el diagnóstico de la misma no cabe ser optimista ni pesimista. Hay que afrontar los datos con los que nos encontramos, sin ocultarlos ni minimizarlos. Solo respecto de las posibilidades de recuperación se puede ser optimista o pesimista. Y el fundamento para una u otra postura no puede estar solo en el talante personal, sino en la confianza en la eficacia de las medidas que puedan adoptarse.

Creo, como dijo Fuentes Quintana hace años, que saldremos de esta, porque 'de peores hemos salido'. Pero desde luego no por la pura inercia de las cosas ni por los vaivenes espontáneos de los cambios de ciclo. Saldremos si somos capaces de identificar e instrumentar las medidas oportunas. Sobre ellas debe centrarse el debate, teniendo en cuenta que son necesarios cambios numerosos e intensos, inspirados, fundamentalmente, por la necesidad de adaptarnos a los que han tenido lugar, y tienen lugar cada día, en la economía y en la sociedad. El gran desafío que tenemos es el de ser capaces de afrontar la inmensidad y la intensidad de los cambios que han tenido lugar en nuestra sociedad. Acaba de detectarse la muerte de una estrella, cuya luz ha tardado más de seis mil millones de años en alcanzar la tierra. Sin llegar a tanto, da la impresión de que en el debate económico y social hay muchos que siguen alumbrándose con ideas que provienen de situaciones muertas hace mucho tiempo.

Comprendo la resistencia a abandonar los conocidos y reconfortantes esquemas del pasado. Pero solo si somos capaces de hacerlo estaremos en condiciones de sentar las bases de un progreso sólido y sostenible. Progreso económico y también social. En relación con esto último, no deja de llamar la atención que el valor social de las políticas se siga centrando en la atención que presten a la protección de los desempleados, no en su capacidad de evitar o reducir el desempleo. La actitud del Gobierno, y también de los sindicatos, prometiendo, ante el crecimiento continuo del desempleo, protección y atención a los parados, empieza a recordar la del famoso hospital sevillano: El señor Don Juan de Robles, de caridad sin igual, mandó hacer este hospital, pero primero hizo a los pobres. No se trata, por supuesto, de imputar al Gobierno, ni a la actitud de los agentes sociales, el aumento del desempleo, pero sí de llamar la atención acerca de la relativa inversión de valores que se da. La política más social será la que sea capaz de evitar o reducir, como decía, el desempleo, no la que, impotente o incapaz de reaccionar ante el mismo, ponga el acento en la protección de los desempleados. Dejémonos de juegos de máscaras: una política que nos lleva a pasos agigantados a los tres millones de parados, y que en las previsiones más negras, puede llevarnos a los cuatro, es una política antisocial, por mucho que se recurra al dinero público y a la deuda para paliar la situación de aquellos cuya pérdida del puesto de trabajo no se ha podido o sabido evitar.

Federico Durán López. Catedrático de Derecho del Trabajo. Socio de Garrigues

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